miércoles, 2 de abril de 2014

El libro de los desterrados



El libro de los
desterrados

PREMIO
IBEROAMERICANO
CUCALAMBÉ 2010

Publicado por la Editorial
Sanlope
(Las Tunas, 2011)

 

En julio del 2010, Diusmel (izquierda) junto a Esquivel, en el Catauro de la décima de la XLIII Jornada Cucalambeana, poco después de recibir el galardón.
Foto: Mayra Hernández Menéndez.


Carlos Esquivel Guerra (nacido en Elia, actual municipio de Colombia, Las Tunas, 1968). Es uno de los más significativos escritores cubanos contemporáneos, tanto en poesía como en narrativa. En su amplia y reconocida trayectoria literaria, Carlos Esquivel cuenta con el Premio Nacional Cucalambé 1998 por su decimario Perros ladrándole a Dios, y en el 2005 el Premio Iberoamericano Cucalambé por Toque de queda. En nuestros archivos, puede ver trabajos suyos de pensamiento como La décima en el cine: “Elpidio Valdés” y otros filmes cubanos y El cine en la décima, fragmentos de un mismo ensayo. En febrero del 2010, Carlos ingresó al Grupo Ala Décima a cuya Filial provincial de Las Tunas pertenece. Otro acercamiento a su obra poética en la antología on line Arte poética. Rostros y versos, del poeta salvadoreño André Cruchaga. De El libro de los desterrados, con el cual mereció junto a Diusmel el Premio Iberoamericano Cucalambé, hemos publicado antes en Cuba Ala Décima sus textos titulados El año de los campestres, Traducir a José Martí en rumor de vuelo, Túneles de Claudio, François Villon en Nantes, Díptico de Lezama Lima, José Kozer escucha las canciones de Roy Orbison, Hablo con Nairi Zaran en un puente de Armenia, Aprendices de forasteros, Federico García Lorca en Nueva York, José María Heredia, José Martí, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Fe de erratas, Treno casi del desterrado, Elefantes en un bar apacible del sur, Desterrado en el Hotel California, Eugenio Florit, Lourdes Casal y El arca.


Diusmel Machado Estrada (nacido en 1975 en la camagüeyana ciudad de Guáimaro, donde es un activo colaborador del Grupo Décima al filo) cuenta con un temprano y rico currículum literario. Su primer libro, el poemario Casa primera, fue publicado en el 2001 por la Editorial Ácana, de esa provincia. En el 2003, la propia Ácana dio a la luz su poemario para niños Libro de Titi y Mamita (escrito en coautoría con su mamá, Mirian Estrada Medina), tras los cuales ha publicado diversos títulos. Entre sus numerosos reconocimientos: En el 2005, primer premio en el concurso internacional de décimas de Tuineje, Canarias, España; en el 2006 el primer premio del concurso de glosas “Canto alrededor del punto”. En el 2008, por tercera ocasión (las anteriores fueron en 1997 y 2002), Premio Décima Joven de Cuba. En 2009, Premio Dador. En 2010, Premio de la Ciudad de Camagüey. En ese mismo año, Premio Iberoamericano Cucalambé por El libro de los desterrados, volumen del cual hemos publicado sus poemas Postales del forastero, Eliseo Diego: Oscura cena mexicana, Monólogo del trashumante, La piel del siervo y Flotante alrededor del iceberg. En el 2012, Diusmel mereció el primer premio en el primer concurso nacional Toda luz y toda mía, convocado por el grupo homónimo, de Sancti Spíritus, por su cuaderno Espacio exterior.












JURADO











EQUIPO DE REALIZACIÓN


Edición: Antonio Borrego Aguilera
Diseño de cubierta: José Miguel Costa Martínez
Corrección: Lesa Cermeño Mesa
Composición e impresión: Andrés Sao Téllez










PRÓLOGO


DE PAYADORES, ESTROFAS Y DÚOS


Por Eugenio Marrón Casanova

Lo primero es una certidumbre tras el encuentro con el libro que ahora el lector tiene en sus manos: a Borges le hubieran gustado estas páginas. O mejor: el soplo que anima a los autores le habría recordado sus días de juventud, alguna fecha remota cuando se adentraba en discusiones incitadas por estrofas bajo la noche, voces anónimas capturadas al vuelo por picadores y copleros. Claro, no es que se trate de un proyecto “borgeano” sino, más bien, de una “lección” en la cifra de Borges, al advertir lo anterior y en su centro una afirmación suya cuando, en una de las conversaciones radiofónicas con el periodista Osvaldo Ferrari —que se recogieran en el libro “Diálogos”, publicado con la firma de ambos—, a propósito de “la inteligencia en el poeta” le dijera: “yo creo que uno está intuyendo cosas continuamente”. Tal aseveración palpita en el “cantar” que ahora se ofrece, dos escrituras que entrecruzan sus posibilidades y dicen lo suyo con marcado énfasis cada una, para —de una manera notable— conjugar percepciones incesantes que llevan a la noche primigenia del verso junto al fuego y el asado, resplandor de la letrilla que brinda y congrega.

Sorprende con gentileza el encuentro de dos autores que saben acrecentarse en sus reales y ello es la mejor circunstancia que habita en estas páginas: cada uno en fragmento que, a su vez, prolonga —en lo inmediato o en lo distante— el convite que lleva a los términos más diversos de paisajes, reminiscencias y protagonistas. Más que ambiciones de una décima al uso —y no sería erróneo tenerles como nueva descendencia de aquellos “Romances” caros a las pesquisas que, a comienzos del siglo veinte, tanto desvelaron al polígrafo Ramón Menéndez Pidal en su peregrinaje por Sudamérica—, aquí las riberas de legado e innovación, lejos de estar separadas por aguas sin sosiego, son abiertas de un lado a otro por un puente de invariable equilibrio. Es así como la “intuición” continua apuntada por Borges —y aquí puede incluirse lo probado de lecturas que, en saludable complemento de semejanzas y diferencias, sujetan más que separan en beneficio de lo juiciosamente poético—, tiene su realización final en voluntades de escritura que se complementan, a favor de un encuentro en el que cada uno propone lo suyo y de los dos resulta la suma indivisible.

Los días y la remembranza que los anuda, las querencias y el tiempo que las inflama, los límites y la huella que los designa, son aquí cuerpo de palabra que fija su medida en lo humano y sus contingencias, sin excluir lo propio en lo ajeno y viceversa, con fundamento de oficio. Y es así como, nuevamente, asiste el recuerdo de Menéndez Pidal, pero esta vez como destinatario de una copla que, encontrada por José María Chacón y Calvo, este le hiciera llegar en julio de 1914: “—Bartolo, húyele al toro. —No señor, que soy valiente, / y mi sangre no consiente morir en cuernos de toro”. Con brío y elegancia a la sombra de un linaje que, en clave de Iberoamérica, es aventura de payadores, estrofas y dúos, Carlos Esquivel y Diusmel Machado no sólo no se escabullen de la asonancia y sus rigores, sino que logran apropiarse de ella para entregar constancia de labores bien consumada, modos muy personales —a propósito de la copla antes citada— de tomar al toro por los cuernos, en esta suerte de “vals de los toreadores” que componen para disfrute de un género legendario, visitado por ellos como hijos pródigos que regresan al patio natal.



                                                                             Eugenio Marrón Casanova,
                                                                             Holguín y mayo de 2011.














EL LIBRO DE LOS
DESTERRADOS








Un puente nebuloso y allí, salvados de las otras posibilidades, nuestras familias, nuestros amigos, el aire de un país y el sonido, reconciliable, de sus diferencias.




Cada regreso es una partida hacia adentro.

Daniel Kauffman








1

EL APRENDIZ DE FORASTERO




Aprendí yo la ciencia de toda despedida.

Osip Mandelshtam






LA MATRIA Y EL BAOBAB

Los baobabs, antes de hacerse grandes, son muy pequeños.

El principito.
Antoine de Saint-Exupéry



Ayer fue la ceniza. Hoy amanezco
disfrazado del árbol enemigo.
Culpable sombra. Espíritu mendigo
para el odio de un sol carnavalesco.
Pero resisto, luego soy. Y crezco
con la memoria intacta, verdecida:
y la raíz de ayer —leña prohibida—
es hondo reventón, fértil violencia.
Pues toda libertad es resistencia
y toda resistencia, sobrevida.





MONÓLOGO DEL TRASHUMANTE

Calvert Casey despierta a los muertos.



I

Patria: La felicidad es, quién sabe, una pistola caliente. O es una bola de fuego en la oscuridad. Flota sobre la ciudad como una rota bandera. ¿Alguien sabe la manera segura en la que se alcanza? Lo sabes tú: la esperanza es la última escalera.


II

Me copiaron en el arte
de una estatua, inútilmente
(cuando te escucha la gente,
alguien suele vigilarte.)
Pero Dios me llama aparte,
y me dice que otro día
la muerte puede ser mía,
puede no llegar. Quien soy
clama su extravío. Estoy
en el aire todavía.





FEDERICO GARCÍA LORCA EN NUEVA YORK

Fui una vez a un coloquio sobre Lorca. Aunque no era mi intención hundirme en las palabrejas de ocasión, escuché lo que uno de ellos, en el enchantement de su rabia, decía: que fue insustancial, su catastrófica muerte alzó su rating hacia el hit parade de la literatura, si no lo matan, si se muere viejito allá en España, si nadie tiene que escribirle como una víctima de Franco, y una voz callada en el fondo de un pozo de guerra, entonces no trasciende, un poeta más, un poeta bueno, pero no uno de la vanguardia del ´27, todo por lo de su fusilamiento, terrible, es verdad, pero que creó un efecto de big bang a su obra, un maremoto. No pude más y salté a la embestida. No era relucir mis astillas al aire, ni el hecho de apostar como un repetidor más de la insípida hoja de servicios de Lorca a la literatura, pero había que glorificar y elevar a cumbres reales lo que sólo un siniestro y alocado espadachín de las palabras podía descreer. El auditorio se alborotó, busqué con mis ojos la mirada de rivalidad del conferencista, pero sólo hallé una desnudez de víctima indefensa.



Como un invisible sigo,
como el de la sombra al fondo,
me emboscan pero respondo
como mi propio enemigo.
Un turbulento persigo,
una descomposición
que me ignora en infracción
contraria, ese desterrado
al que nunca han perdonado
su vieja alucinación.

Ya sin saber qué es peor,
si no ir o estar delante,
si camino o caminante,
si la herida o el dolor,
si pecho fiel o traidor,
si lo que está o lo que fluye,
si el que vence o el que huye,
si en la jaula en que me encuentro
estar para siempre dentro
o ser el que la construye.

Vencer al yo en el duelo
fue mi lejana victoria.
No tuve nombre en la Historia.
No tuve sitio en el Cielo.
Perdí: ese fue mi anhelo.
No clamé, no me mataron,
no entristecí, no sangraron
viejas heridas. Allí
murieron otros por mí.
Mis muertos no despertaron.





J. L. LIMA Y V. PIÑERA


¿Los adversarios? Amigos
que jugaron sobre el fiero
escenario de un tablero
sus máscaras. (Hay testigos
que los juran enemigos
después del horrendo fin).

¿Los contrarios? Pues, en fin,
pieza a pieza, mano a mano,
un hermano y otro hermano
juntos: Abel y Caín.





HABLO CON NAIRI ZARAN
EN UN PUENTE DE ARMENIA

Oía “That'll Be the Day” (Buddy Holly & his Crickets) y fumaba unos cigarros largos y apestosos, el aire era frío y Nairi le propuso a un amigo lanzarse de aquel puente. Sus ojos estaban fijos en el agua, fijos y tristes. Es la única forma de regresar, pensó.



Confieso que no he vivido,
pero abjuro de la esencia,
negar al yo, su existencia,
como un ente de mi olvido.
Confieso que he descendido
a sofismas y que, ileso
e intraducible, estoy preso
de la línea profanada.
Si ya no existe la nada,
si ya no existe el regreso.

Vivo lejano y mi puerta
es confusa y clausurada.
Cualquiera tiene una espada,
una fortuna desierta,
un hijo, una patria muerta.
Vivo lejano o no vivo.
En la oscuridad escribo
y traiciono (que es igual),
y mi nombre es al final
uno más en el archivo.





EL DESTIERRO SOMBRÍO

Jorge Mañach



Debo contar, mientras alcanzo a verte,
lo que va sucediéndose en mis ojos:
pasa un río de amor, pasan tus ojos,
y entre el agua y la sed de contenerte
pasan las sombras largas de la muerte,
dejando todo el tiempo tras su paso.
Que todo ha de pasar. Pero, si acaso
la última mirada devolviste,
debo contar tu inútil gesto triste.
Yo, con mi sombra breve, también paso.

Mi recuerdo eres tú. Mi cuerpo, fuerte
para hacerlo caer, es una hoguera
y se desliza en la humedad que espera,
como aguarda la noche conocerte.
De tarde en tarde, mi memoria vierte
un agua turbia de salvajes potros,
desenfrenándose en la sangre (y otros
que van como escapándose al olvido.)
Tu cuerpo está en las aguas que se han ido.
Pues la noche se instaura entre nosotros.

Tú sonreíste, dulce y brutalmente,
y tendido en la cama tan estrecha
mi cuerpo se hizo un arco, y una flecha
rozó tu corazón, besó tu frente.
Yo caí, como cae un inocente
en la sencilla argucia de mirarte:
mi mano, a ciegas, intentó atraparte
como a un pájaro roto ya, y sin vuelo:
pero mi mano apenas tocó el cielo.
Y yo me fui a morir en otra parte.

Arder será una fiesta, cada tarde
en que mi corazón vuelto ceniza
arda la última vez por tu sonrisa.
Arder será una fiesta cada tarde,
pero debo contar que mientras arde
tu memoria se gasta. Y no te asombre
si en las últimas páginas que un hombre
escribirá, la confundida punta
de un lápiz deja abierta la pregunta: 
¿Adónde se ha escapado con su nombre?





ELISEO DIEGO: OSCURA CENA MEXICANA


Soñando pájaros grises
en el agua de la cena.

Lentos aceites de arena
hirviendo sus cicatrices.

Viendo apagarse felices
carbones, crujir el leño.

(Tendió su brazo pequeño
al racimo que colgaba.)

Nadie, después, lo lloraba.
Dios era así. Como un sueño.





APRENDICES DE FORASTEROS

Tú solo vales por ninguno. Shakespeare. Una frase entonada como en una trompa de caza. Trombón, clarines, cornetas.

Para José Luis Serrano



Dylan Thomas me esperaba entre el alcohol y la nieve. Era su año 39 rumbo al cielo. Le rogaba para salvarlo y hablaba él de voces, de un asalto decidido: Si no es alto, y siempre quedaré indemne, no existe nada solemne si uno necesita el salto.

En un cuadro de Picabia, los ojos son luces muertas y las nubes rojas, puertas, y el orfismo, vieja rabia, y París es una Arabia desterrada y sin color, y el mito es un cazador insurgente, sempiterno, y el pánico hacia lo eterno le inventa un rostro al dolor.

La hora de Macedonio Fernández ya se aproxima, quién sabe si Dios le exima del tributo al patrimonio inútil: su matrimonio pertinaz con lo perdido. Y yo temo que su ruido despierte al viejo incendiario, quien escribió en su obituario: “Larga vida en el olvido”.

Recuerdo un filme de Corman, la imagen de dos leprosos que persiguen jubilosos una niña. Me deforman los temores si conforman un flack back que ya fenece. Estoy allí y parece la nave hacia el mar dantesco, que si yo desaparezco, lo demás desaparece.

Apollinaire almorzaba con Bergson y con Virgilio. La frase es de Paul Virilio: una neblina cerraba el élan vital. Dudaba yo si exprimir mi contrario del misticismo diario, o temer cuando termine esta aventura y yo incline mi rey al rey adversario.

Descubro de Gottfried Benn “El poema de los cerdos”. Son más espurios los cuerdos, el traidor viaja al Edén. No es tan difícil que estén las zozobras desterradas, las alquimias develadas. Dios vive en un porquerizo, Judas cuida el Paraíso. Las cartas fueron echadas.





TÚNELES DE CLAUDIO

¿La poesía de Claudio Rodríguez es tan parecida a la de Dylan Thomas como creen muchos? No pienso igual. Lo cierto es que las diferencias más notorias él las establece con su propio idioma, con los poetas españoles, sobre todo. Es raramente intenso (Dylan lo fue, pero eso no es motivo suficiente para emparentarlos). Alianza y condena y El vuelo de la celebración, son libros que desmitifican el beneficio del fundamento lírico. Elliot y hasta Blake Morrison sí avanzan en el mismo carro de Claudio Rodríguez. Descapotable, y a todo claxon.



El dolor verdadero no hace ruido,
se acerca silencioso y nos obliga
a un golpe que no escucha la cantiga
del filo doloroso, ya escogido.

Como una contraseña en ese olvido,
sutil, que deja el cuerpo y lo traspasa,
el dolor verdadero no rebasa
el latido del cuerpo, su ficción,
aunque viva el dolor como una casa.

Aunque llamen silencio esta explosión.





FE DE ERRATAS

Una carta de Osip Mandelshtam: Me han salido tan mal las cosas que ni siquiera me arrepiento. No he calculado, aún, la resolución de mi suplicio, la condena de mi fatalidad.



Donde dice: necesito
salvarme como cualquiera.
Debe decir: allá afuera
sopla un viento nunca escrito.
Donde dice: no hay un grito
de sumisión sin alarde.
Debe decir: es muy tarde
para encontrar otro puente.
Y donde dice: el valiente.
Debe decir: el cobarde.

Donde dice: mi cabeza
tiembla por la guillotina.
Debe decir: hay neblina
siempre sobre la tristeza.
Donde dice: ahora empieza
el dolor del inocente.
Debe decir: sólo miente,
y mentir a veces arde.
Y donde dice: el cobarde.
Debe decir: el valiente.





LA PIEL DEL SIERVO

Lo que escribía el pintor August Banielle a su hijo, desde el destierro, era parecido a lo que vendrá. Bellas ideas. A lo mejor, porque suponen un extrañamiento, una opresiva inconformidad. La distancia entre un padre y un hijo es una de las más crueles epopeyas. Si es epopeya. Una metáfora. Si es metáfora.



Que nunca hables del sabor estéril
de las victorias periódicas,
ilusorias
como el triunfo del amor sobre un
                                                  imposible error.

Que enfunden sus viejos sables tus consignas.

Que no hables, hijo mío, en oraciones tan simples.
Y no perdones los verdaderos culpables.





LOS QUE SE VAN / LOS QUE SE QUEDAN

Para el inmigrante, es el destino el que marca el punto de destino: ser es estar. Para el exiliado, el punto de destino no está marcado por el destino, sino por el desatino, por una especia de accidente topográfico del que él —o ella— no logra recobrarse. El inmigrante vive y reside en el mismo lugar. El exiliado reside en un lugar y vive en otro (…) Ya llevamos bastante tiempo en el exilio, las cañerías empiezan a crujir, ya va siendo hora de mudarse.

Gustavo Pérez Firmat



El que se va sólo escapa
de sí mismo. Sin bandera
ni patria, sin el afuera
y sin el amo que atrapa.
El que fuga, su solapa
esconde: el odio contrae.
Sólo el miedo le distrae,
sólo una fórmula vende:
el que se escapa no aprende
cuánto lleva, cuánto trae.

El que se queda ventila
su jaula, una rabia oscura
(el oxígeno que apura
es otra llama intranquila).
El que se queda vigila
con el ojo que no entiende.
Muerto, su fórmula vende
con invariable torpeza:
sólo quien se va atraviesa;
el que se queda desprende.





EL ARCA

Las elecciones son un resguardo de las máscaras. Prescindir de lo innecesario en un apocalíptico naufragar en una isla desierta. Neruda o Vallejo. Bergman o Fellini. Picasso o Dalí. A veces, como creía Sartre, no elegir es una inteligente forma de elección. La idea de este poema entronca con varias ideas parecidas: Robert Silverberg en una rara novela de ciencia ficción, otra novela de Douglas Coupland, el canon de miedo de Baudrillard, un poema tenebroso de Roberto Bolaño, y Noé, Noé fosilizado en un transatlántico inglés.



El satánico
el tramposo
el frívolo
el embustero
el espurio
el carroñero
el tétrico
el veleidoso
el espía
el alevoso
el soplón
el incendiario
el apóstata
el sicario
el sórdido
el tremebundo
el infecto
el gemebundo
el paranoico
el falsario
el inmundo
el arrogante
el renegado
el suicida
el capcioso
el parricida
el mezquino
el inconstante
el inmundo
el infamante
el hereje
el delator
el importuno
el traidor
el servil
el receloso
el sumiso
el mentiroso
el ladino
el impostor
el inepto
el vengativo
el morboso
el altanero
el rufián
el usurero
el frenético
el altivo
el tiránico
el lascivo…

Es la lista, Dios, si hubiese algún otro que pudiese salvar el Reino (y lo anhelas) será tarde. Arread las velas antes que el diluvio empiece.









2

MATAR (O SALVAR) A LA ISLA
MIENTRAS DUERME




Sépanlo, esa lámina es demasiado borrosa. Esa imposible, tan imposible vivienda –¿su morada?–, llena de sombras. ¿Como si fuera noche? Como si fuera noche, paso a paso cada vez más lejana.

Lorenzo García Vega




Cargo esta marginalidad inmune
a todos los retornos,
demasiado habanera para ser
neoyorkina,
demasiado neoyorkina para ser
–aun volver a ser–
cualquier otra cosa.

Lourdes Casal




Ni tampoco esas cuatro letras que podría
pronunciar aquí como un conjuro o un bálsamo
serán más nunca mi patria,
aunque consten en toda acta oficial y nacer
fuera allí
alguna vez, para alguien,
una fiesta innombrable.

Jesús J. Barquet






Citas, palabras, ecos y, sobre todo, vivencias. El exilio es lo que es. Ellos lo saben. Yo no. Prefiero no saberlo. Prefiero que miles de noches fuera de mi única noche no traten de explicármelo. Si acaso, lo explico por otros, o ellos lo explican por mí. Sé que el riesgo no deja de ser artificial, si es que llega a ser riesgo.







JOSÉ MARÍA HEREDIA


El miedo del desterrado,
lo sufro como un fantasma,
el vacío no entusiasma
la neblina de mi lado.
Si fingí, o si he llorado
es otra forma de viaje.
Huir o quedarme: el traje
es el mismo y me soporta.
Huir, quedarme: no importa:
la patria es sólo un paisaje.





EUGENIO FLORIT


Más parecido al olvido,
más lejano: casi incierto,
atravesando algún puerto
intraducible y fingido.
Esa es la patria: algún ruido,
el archipiélago donde
seducida en mí se esconde,
y me perdona y me olvida.
Una patria arrepentida
desde el sueño me responde.





JOSÉ MARTÍ


No podrán reconocerme,
los que murieron por mí.
En la distancia perdí
el cuerpo que ahora duerme,
y ya nadie podrá verme
en el cuerpo que esperé.
Se fueron y los usé
en la cifra del poema,
y sin furia en una flema
que bajo Dios vigilé.





ANDRÉS REYNALDO


No hay nada más invisible
que el mandamiento o la sombra
de ese destino que nombra
los hechos de lo posible:
detrás el incontenible
rayo, el que nunca se espera
sobre un arco de madera
que cae hacia la corriente.
Y delante yo, quien miente
para no arder en la hoguera.





LOURDES CASAL


Buscar en fotos distantes
algún país invisible,
una pradera creíble,
unos poetas bergantes
en las esquinas danzantes
y habaneras. Yo soñaba
el perdón que me esperaba,
y descubrí que no inspira
buscar en mí, si es mentira
todo lo que ya buscaba.





JOSÉ KOZER


Arder como un vagabundo
que se pierde tras la sombra
del Soberano: me asombra
sobre las aguas del mundo
la congoja del ser: me hundo,
me salvo: la diferencia
apuesta con su inclemencia
lo que duele al escoger:
quedar, partir, o volver,
con el peso de la ausencia.





GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA


La pared desconocida
alumbra como un gusano
que ha preferido la mano
al corazón del suicida.
Desciendo por la estampida
de la bandera que fluye
sin oxígeno y recluye
como una voz bajo el hielo
otra bandera en el cielo
que la distancia destruye.





LORENZO GARCÍA VEGA


Siempre acorrala la bruma
del soldado que antes fui,
si en el destierro perdí
una muchacha y su espuma.
Ya la frontera no suma
con fantasmas las raíces
de la cólera. Aprendices
de muertos regresarán.
Los otros reencarnarán
en incoloros países.





ÁNGEL GAZTELU


Mi dolor como emigrado
lo apuesto contra la araña
inservible. Si me extraña
o no lo dejo al cuidado
de quien nunca se ha marchado.
El que se quedó lo sabe.
El otro es sólo una llave,
esa forma de rubor
que intenta abrir el dolor
donde la araña no cabe.





GASTÓN BAQUERO


Nací en Banes, de manera
extraña, sobre la cuna
de cervezas  y de hambruna
permanente. Mi madre era
una mujer extranjera
y fiel: si acaso es probable.
Desangré lo perdonable,
fui a la luz, a su reencuentro,
y muero despacio, adentro
(como un pez interminable).





JUSTO RODRÍGUEZ SANTOS


No soy el que escapará
como mártir o cobarde.
Yo soy el que llega tarde
o el que nunca llegará.
Mi madre lo apostará
como destino archivado.
Tal vez lo he apostado
con un testimonio incierto:
soy desterrado, soy muerto.
Soy muerto, soy desterrado.





MIREYA ROBLES


Yo tuve miedo a ser libre,
tuve miedo, tuve y tengo.
Me rodea un abolengo
irreal como el calibre
de los desnudos. Que vibre
el más valiente y merezca
un fiel resquicio, una pesca
de mares sin ningún mar:
que se ponga a perdonar,
que no huya y permanezca.





ORLANDO GONZÁLEZ ESTEVA


Ser el mismo que se va,
ser el mismo que se queda:
el destino en la vereda
transitoria. Llegará
una luz y manchará
esa cicatriz temprana.
Ser el mismo en la ventana
de Kendall Lakes. Ser el mismo
que finge su cataclismo
en los huesos de La Habana.








3

FLOTANTES




Deportado al campo
de la huella infalible

Paul Celan






FLOTANTE ALREDEDOR DEL ICEBERG

Ronel González abrigado por las tempestades de Proust. Mireya Robles y Eliana Rivero mirando las fotos.



Estar en Cuba al comienzo
de las mareas confunde.
Porque todo en mí se hunde
como la Isla en su intenso
discurrir. Solo, propenso
a un naufragio desigual:
tintinea la señal
y el eco se pierde, escapa,
como buscando algún mapa
invisible, hacia el final.

¿Pero quién, cobarde, escribe
tan obcecada elegía?
Patria, turbión, herejía:
¿con qué lengua sobrevive,
con qué muertos ya no vive?
¿Cómo algún río de sal
convierte lo inmemorial
en una terrible apuesta,
si escribir es otra fiesta
bajo el cielo nacional?

Porque apenas comprendimos
la estrategia de salir
por la exclusa y no fingir
los muertos que nunca fuimos.
Y contra el mar nos rendimos,
y contra el mar otra prueba
de que el abandono lleva
al huracán, a la noche.
Y estoy en Cuba
                           (de noche
regreso siempre a mi cueva).





FRANÇOIS VILLON EN NANTES

Junto a Li Po y a Byron encabeza la lista de los ilustres poetas bandoleros. Desterrado por sus sobreabundantes robos y peleas callejeras. Un malandrín, un bar fly (como Bukowski). Estudiante de Honor en La Sorbona y Primer Gran Poeta Maldito, su testamento literario enriquece el estuario de la evocación lírica marginal.



Aunque me hayan desterrado
cien veces, en la pared
sangro a morirme y mi sed
vigila como un soldado.
En una boca a mi lado
recojo un alcohol posible.
No celebro la terrible
herida que muerto luzco.
Preparo a mi muerte y busco
un enemigo invisible.

El que llaman desterrado,
¿quién es? ¿El que me alimenta?
¿El que me extraña? ¿Quien tienta
con la pistola el candado
inmortal? ¿El desechado?
¿El que muere como un ciego
más? ¿El rugoso? ¿El labriego?
¿El ya sin nombre? ¿El que uso
al fingir? ¿O el que Dios puso
bajo los rostros del fuego?





TRENO CASI DEL DESTERRADO

El que vive lejos de su casa es como un leproso. Unas palabras terribles de Hug Rössner. Un verso inigualable por esa misma crueldad.



Quién tuviera
como un trueno
tierra y seno,
pan, bandera,
y no fuera
en el yugo
del mendrugo
casi humano,
un gusano:
el verdugo.





SEÑORAS Y SEÑORES, EL ÚNICO,
EL EXCLUSIVO, EL MAJESTUOSO
GASTÓN BAQUERO PARA USTEDES

Con Roberto Manzano en un bar de Madrid



Yo sé, también, el dilema:
aquí, la luz todavía
permanece y desvía
al dios en su nívea flema.
El cielo y la pobre yema
arden, en la misma rosa:
sombra vegetal que goza
su crecimiento ya nunca,
y duele –en el aire, trunca–
al ascender, espaciosa.

Sombra en el vuelo tendida,
temblor que la noche nombra:
es aquel susto mi sombra,
como una bestia dormida.
Mas la inefable embestida
que teje el tiempo, me apura:
y, entonces, me doy altura,
pues mi corazón comparte
con el águila que parte,
chispa de desplegadura.

Patria de todos los días:
ciega, omnívora criatura;
aprende la arquitectura
de cuyo fin desconfías.
¿No mueve tus energías
una razón mineral?
La brújula original
advierte, cada minuto,
entre la estrella y el fruto
cuál es tu espacio total.





NAZIM HIKMET: ÁNGEL Y DESAMPARO



Ya no está, pero estuviese
durmiendo la última hora
en su rincón. Se demora:
convicto, desaparece.
Ya no es ¿o quizá fuese
como lo supe ayer mismo,
culpable igual, de un abismo
a otro mayor escapando?
Quién sabe adónde, ni cuándo
cruzó su breve espejismo.





EL AÑO DE LOS CAMPESTRES

Arístides Moll Boscana es, para la mayoría, un eco de voz, algo parecido a un eco. Pero fue, y me importa reconocer que lo sigue siendo, uno de los poetas caribeños más auténticos y desgarrados: Yo entonces pregunto: '¿Do váis amigos míos?'/ Y en una voz-sollozo que el monte hace temblar/ Aquel tropel responde sin detener la marcha: / 'No vamos, nos arrastra la horrible tempestad. El poema se llama “Éxodo”, y lo escribió luego de ser desterrado de su San Juan. Conoció en los Estados Unidos a Martí y a Sidney Lanier y a Emily Dickinson, entre otros.



La resistencia no es cosa
de que el destierro repugne
o no. Quizá el dolor pugne
por entrar aparatosa-
mente. El desterrado es losa
fría. La rabia del mito
consiste en un infinito
a toutes jambes. Si así
vives, seguirás así:
muerto desde el infinito.





ELEFANTES EN UN BAR
APACIBLE DEL SUR

No me duelen más cosas que los dolores que no tuve. El dolor de temer a las imágenes de esa lluvia parecida a la lluvia habanera, las montañas cercadas por unas máscaras de frío, mi dolor de muerte: prohibido por el aire efímero de los recuerdos que regresan una y otra vez. Así he puesto nombre a esas sombras. Así he puesto mi olvido en ellas.
Una carta de Heberto Padilla, un fragmento de una carta, que escribió a su amigo Carlos Ojanes. Y este me lo resume años después: Le obsesionaban pocas cosas, no era un hombre del exilio, y sí lo era, porque presiento que no pertenecía a sitio alguno, en todos era un extranjero, un ser desterrado.



1

Dios bebía en la taberna de Quinta y 44. Dios estaba en un teatro judío viendo la pierna de Bob Kaufman (una eterna obra del hombre judío). Dios limpia un auto en el frío (un Ford del ´53). Hay una foto después: un ojo blanco y vacío.


2

Dios era morir por mí que no moría por nada. Dios también era la espada y el elefante, un rubí, aquel griego que yo vi, tatuado por un recluso. Dios era un verde inconcluso. Dios era el pulpo en Manhattan, y era la oveja que matan en un Sócrates confuso.


3

Dios es el perro remoto que se acerca aunque peligre. Dios es la forma del tigre en Borges. Dios es la oreja de Van Gogh, la mano vieja que sostiene aquella foto: el fuego inútil y roto por un aro de cristal. Dios era el Whitman de nieve que vigila con su leve máscara todo el final.


4

Se abre el telón y aparece Dios en su caverna, el buey a su lado no es la ley de Jonás, pero padece. Dios como un árbol fenece el final de su obituario. Revisen en su diario: una florecita quema al relámpago (un poema siempre dirá lo contrario).

(El hombre camina y piensa, cuando ve llegar a Dios, quiere hablar pero no hay voz, y mira la calle extensa donde huir no recompensa esa herida que sutura: ¿escapo o no? La locura no me salva, estoy despierto, o escribo que soy un muerto ante Dios, una basura).

—Perdón. Soy un miserable.
—No tienes alma mejor.
—Es mi metal del dolor: él me convierte en culpable.
—La culpa es sólo probable, y vive a tu alrededor.
—¿Moriré?
—Nunca.
—¿Señor?
—¿Sí?
—¿Por qué no desmorona mis huesos y me perdona?
—También Yo entiendo el dolor.





JOSÉ KOZER ESCUCHA
LAS CANCIONES DE ROY ORBISON

Mucha de la música country es triste. La herencia irlandesa, presume Randoll Pearce. Y la del blues y las tabernas, y el honky-tonk, y las mandolinas, banjos, y el sur (la deportación al sur), presumo yo. Bellamy Brothers tiene una letra que habla de un granjero atormentado que prefiere el suicidio a una vida estéril.  Tony Joe White y Patsy Cline hablan de lo doloroso de abandonar los parajes natales. Jim Reeves, Tammy Wynette, Ricky Nelson, Jerry Jeff Walker, son tristes. Incluso Roy Orbison. Detrás, alrededor, en el trasfondo de sus acordes vivarachos, de su montaje operático, de sus trucos de rockero tardío, se trasfunde una energía cuya solemnidad es equiparable a algunos poemas de Kozer.



Yo vivo como Pound en las fronteras
del triste Port Spirit, sin escudo,
sin una mansedumbre, sin un nudo
de mísera zozobra o escaleras.
Lo malo es que no llevo las banderas
donde importe tan poco el de mi lado.
Yo vivo como Pound, y he marcado
las formas de vivir un episodio
donde el odio se finja tras el odio,
y el condenado tras el condenado.





DESTERRADO EN EL HOTEL CALIFORNIA

You can check out any time you like/ But you can never leave. The Eagles

El hotel no se llamaba California, era uno, cualquier hotel, o peor, se llamaba Majestic, y a mí me sucedió como en la canción de Don Henley y Glenn Frey.



La salida está en el cielo,
decía un cartel. Compases
de Portishead, los disfraces
de Halloween por el suelo.
Mi yo se enfrentaba en duelo
a un yo casi posterior.
Yo andaba triste, o peor,
y con mi culpa arrasada
descubría alguna entrada
invisible hacia el temblor.

Pero yo desconocía
el miedo que se prohíbe
sucedáneo, que subvive
en la borrasca del día.
Escuché una algarabía,
y ella, a mi lado, gritó:
un ser horrible llegó
anunciando que era el dueño.
Yo pedí que fuera un sueño,
ella en mis brazos durmió.

Escuché un tortuoso piano,
una flauta quejumbrosa.
La luz era dolorosa
como la luz de su mano.
Ella reclama un cercano
destino, y desaparece.
No la busco, permanece
en el aire algún sollozo.
Un eco de paz medroso
entra a mi aire y fenece.

Pero antes huí de todo:
del destierro y la clemencia
de inocentes (una ciencia
inservible: la del modo
de exiliarme contra todo).
Como un aprendiz de cuerdo
firmé un rutilante acuerdo.
Fui suicida y fui feliz,
y olvidé esa cicatriz
un día que no recuerdo.

Entre muertos yo estoy vivo,
no pertenezco a mi nombre.
¿Soy un mineral? ¿Un hombre?
¿Un olvidado cautivo?
¿El carcelero furtivo?
Pocas serán mis coartadas,
pocas las encrucijadas.
No pertenezco a mí mismo,
la vida es un espejismo.
Las puertas están cerradas.





DÍPTICO DE LEZAMA LIMA

Lezama citaba a Gide (falsificándose a sí mismo): Cada viaje es una premonición de muerte. Temía al viaje, pero mucho peor: temía a estar allá, en el otro lado.



¿Y si al viajar me arrebatan
el cielo y no sé inventarme
la voz para despertarme
temprano? ¿Y si nunca tratan
de hacerme volver o matan
al que me escucha? ¿Y si rueda
mi palabra en la moneda
prohibida? ¿Y si nunca miente
la distancia, y si presiente
el infierno que me queda?

¿Y si al viajar ya no cruza
la nevada? ¿Y si el paisaje
me ofrece al hombre que traje
en mi interior? ¿Y si abusa
y se escapa? ¿Y si me acusa
el temor? ¿Y si las malas
muertes nunca llevan balas?
¿Y si me esconden el cielo
al morirme, y si no vuelo
porque no me acuden alas?





POSTALES DEL FORASTERO


Países que no conozco:
El Convento,
La Cantina,
El Burdel,
la pura ruina del ferrocarril,
el tosco grito de un adiós,
un hosco traspatio
(al ojo extranjero, nada deseable).
Pero
me miro así:
sin un puente,
sin túneles.
De repente,
soy un pobre forastero.





REINALDO ARENAS PRESENTA
A LOS MUERTOS

Antes que anochezca tendrás que conocerlo. Luego, en tu poca memoria recortarás una figura gay contra las blancas nubecillas y el azul nervioso del mar, dispuesto a quebrarse al estallido de todos los cañones.



Si me detengo en esta mano fija
de gesto inútil, dulce, casi gesto.
Si poso en un reflejo soñoliento
a reparar la sed que me convidan.
Si salto —pues la sombra del auriga
viene detrás de ti, de mí, del mundo.
O si despierto (el sueño es un abuso
perpetuo que las manos fijas saben).
Mi mano ajena, que no supo nadie
detener, sólo el tiempo mío supo.

Abajo, siempre abajo, tan abajo
escondiéndose, hurgando los cerrojos,
cerrar la boca y entornar los ojos
(nadie detenga ni adelante el tajo).
Áspera libertad y no trabajo:
descabezados girasoles viejos
firmen su rabia, castren los espejos
con íntimo placer. Un tiempo fijo
levante por el sur y nazca el hijo.
Al sur, arriba siempre, pero lejos.





PARÍS-MATANZAS. POEMA CIFRADO

Domingo del Monte, 1844.



A toda voz o persona
sobre el lindero:
                           se anuncia
el fin. La patria renuncia,
la patria nos abandona.
Ningún verdugo perdona
si transfunde su respuesta
en un descender la cuesta
sobre el filo. Ya se sabe
que todo peligro cabe
en el borde de la apuesta.

¿Quién va a protestar? ¿Quién habla
y establece una denuncia?
¿Cuál discurso se pronuncia?
¿Qué negociación se entabla,
si vamos hacia la tabla
final? Si nos obsesiona
la suerte de la corona,
¿cómo dejar el tablero
en medio del desespero
cuando el Rey nos abandona?

Si llegamos a la nada,
si perdemos, si mentimos,
y a tientas sobrevivimos
el azar, su encrucijada.
Si cambiamos la estocada,
cambiamos los vencedores,
finis gloriae. Los traidores
al fin de esta pesadilla
inclinarán la rodilla.

Todos al juego, señores.





TRADUCIR A JOSÉ MARTÍ
EN RUMOR DE VUELO

El novelista guatemalteco-norteamericano Francisco Goldman en El esposo divino (Anagrama, 2008), abriga a Martí en cientos de páginas entrañables: un héroe afligido y voraz, un ser del destierro torrentoso. No creo en las novelas que resucitan, o lo intentan, el paralelo epopéyico licencioso de cierta figura real. Más si esa figura es alguien tan trascendente como José Martí, pero creo en esta novela y en el beneficio de una irreconocible sensación de paz y alborozo, un descendimiento alucinante (y desperanzado también, aunque por ello más vívido, más poético). Guatemala, México, Nueva York, son más que itinerarios de una vida, mucho más que una novela disputando el acto de reducir lo perfecto en lo interminable. Enmascaro distorsiones martianas, estatuas vivas, fluyendo hacia ese arroyo que se confunde con el mar.



Dos patrias tengo yo, rotas
navegan, escapan, fluyen
de mis destinos: no huyen
ni permanecen: remotas,
parecen las mismas notas
de invencibles perdedores.
Dos espejos. Dos rencores.
Dos equipajes. Dos dudas
entre la espada. Dos Judas.
Dos Cristos. Dos resplandores.

Dos patrias. Dos resplandores.
Dos circunstancias de exilio.
Dos madres y el utensilio
para guardar sus dolores.
Dos abismos interiores.
Dos culpas. Dos viejos puentes
sin cruzar. Dos impacientes
mentiras, y dos verdades.
Dos olvidos. Dos ciudades.
Dos suicidas inocentes.

Dos enemigos salvados.
Dos silencios inseguros.
Dos naufragios por oscuros
reflejos. Dos desterrados.
Dos heroísmos manchados.
Dos paisajes sin colores.
Dos heridas: dos amores.
Dos soledades me aguardan.
Dos fulgores que se tardan.
Dos patrias. Dos resplandores.

Dos patrias en la ruleta.
Dos vestigios transparentes.
Dos fantasmas en simientes
azotando mi veleta.
Dos distancias: la secreta
neblina que en Dios se incuba.
Dos cuerdas para que suba
a ti. Dos muertos leales.
Dos principios. Dos finales.
Un único tiempo: Cuba.