Palabras
del emigrante
PREMIO
CUCALAMBÉ 2016
Publicado
por la Editorial
Sanlope (Las Tunas, 2017)
Autora:
CARIDAD
GONZÁLEZ SÁNCHEZ
Caridad González Sánchez (Santa Clara, Villa Clara, 1945) tiene entre sus resultados anteriores el Gran Premio Décima al filo 2005, el Premio del concurso nacional de glosas Canto alrededor del punto 2013 y el Premio Ala Décima en su XI concurso nacional (2011) con su cuaderno Diatriba, después de haber merecido dos lauros accesorios en ese certamen, así como Mención en el Premio Iberoamericano Cucalambé del 2010 con su decimario Adagio para cuerdas. Su primer poemario, Décimas en D Mayor para violín y piano (Santa Clara, Editorial Capiro, 2002), “se presenta como una suite donde se mezclan los sonidos musicales con la duda existencial”, al decir de la investigadora y poetisa Mariana Pérez Pérez, a cuya tertulia La décima es un árbol es Caridad una fiel asistente. De su libro Palabras del emigrante hemos publicado en nuestro sitio los poemas Hay barcos que se hacen de papel y Bitácora de un viaje. En torno a esa obra, también, el comentario Palabras, silencios y aguas que tributan, de Pedro Péglez González.
JURADO
Antonio
Gutiérrez Rodríguez
Alejandro
González Bermúdez
Luisa
Oneida Landín Ramos
EQUIPO DE REALIZACIÓN
Edición: Argel Fernández Granado
Diseño y composición: Danay Guerra Alcorta, con detalle
de la obra de Jesús Enrique Vázquez Toledo
Corrección: Neisy Ávila Parra
Impresión: Andrés Sao Téllez
Encuadernación: Roberto Pupo Acosta
Jorge Polanco
Martínez
PRÓLOGO
Palabras del que vuelve
Por Alejandro González Bermúdez
Supongo
que el prólogo a un libro premiado no deba comenzar de este modo. ¿Hay alguna
carta de estilo para estos menesteres? ¿Algún modelo o proforma? En cualquier
caso, disculpe usted, paciente lector. Lo cierto es que la decisión de otorgar
el más importante reconocimiento de la décima en Cuba el pasado año fue bien
peliaguda, lo que demuestra —para bien— que la calidad del cultivo del género
en la isla se mantiene bien en alto y son muchos los potenciales aspirantes.
Mire si fue discutido el otorgamiento del premio Cucalambé de décima escrita 2016, que pasado un mes de lecturas y análisis, cada miembro del jurado presentó, por coincidencia y merecimientos, los mismos tres poemarios finalistas, pero la propuesta para el lauro mayor, en los tres casos, fue diferente. Comenzaron entonces los intercambios más severos; largos e intensos fueron los debates, tratando de hallar consenso en medio de la diversidad de posiciones estéticas, juicios y preferencias. Argumentos van y respuestas vienen. Argumentos vienen y criterios van. Entonces, ¿quién cede? De ese modo, después de agotadores intercambios, el proyecto Palabras del emigrante, de Caridad González Sánchez (Santa Clara, 1945) alcanzaba, finalmente, el principal galardón.
Palabras del emigrante es un conjunto que se apega a esa corriente actual de autores (generaciones aparte) que insisten a toda costa en sacar la décima de su formato habitual y convertirla, a veces con acierto y hasta con buen tino, a veces a fuerza de acomodos torpes y brutales, —que no es el caso, pero llamo la atención—, en un virtual verso libre que nunca llegará a serlo. La Abuela, como también se le conoce en los círculos literarios, suficientemente diestra en los intríngulis decimísticos, se las arregla para “armar” un cuaderno donde lo primero que resalta, en mi opinión, es la coherencia absoluta del mismo. En sus tres secciones, “Palabras del emigrante”, “Barcos de papel a la deriva” y “Paradojas de la memoria”, el desgarramiento, la angustia familiar por la separación, el temor a la desmemoria, la pérdida, en definitiva, se convierten en denominador común que no por tratado tantas veces, deja de conmovernos. Es la sinceridad. A cualquiera se le marcha un tío. Y con ese que se va, aunque luego vuelva una y otra vez, ya nunca más será lo mismo, queda el vacío, esa soledad, esa ausencia otra. Así nos llega la poesía de Caridad en este volumen cargada de vacíos, de barcos de papel que se reiteran —no por defecto— diecisiete veces a lo largo del libro como una letanía en versos octosilábicos o endecasílabos, en dolor y silencio acompasado, en esperanzas, acaso en desespero sutil e intentos de flotación porque, para mí, los barcos de papel se le deshacen por mucho que procure rescatarlos, rearmarlos y anclárselos en el pecho. Entonces uno tiene que zarpar con ellos. A estas alturas ¿la poesía podrá salvarle? Por eso corre y escribe: “No hay nada que decir. Ya no hay crisoles / ni barcos de papel en el alero. / Yo sigo a la deriva. Un aguacero / de lágrimas semeja tristes soles”.
Desde la remota prehistoria el hombre migró, a veces voluntariamente, a veces obligado por las circunstancias, desplazó su residencia de un sitio a otro. En aquel entonces en busca de climas favorables, mejor alimentación, abundancia de recursos, acercamiento a otras comunidades... Un poco más acá las causas son mucho más dramáticas: guerras, fenómenos naturales, filiaciones políticas, ¡las condiciones económicas! Algunos se trasladaron en sus propios continentes, otros atravesaron los mares y se instalaron en extremos opuestos, cargando, de hecho, con su cultura, su idiosincrasia y sus costumbres, pero abandonando, y con no poco desasosiego, sus raíces. El tema de la emigración nunca ha dejado de ser recurrente en la literatura cubana, sobre todo desde el siglo XIX hasta la fecha y se convierte, para Caridad, en la obsesión que más le demanda.
En forma de aguacero y consonante desvelo, en forma nítida y transparente, esta escritora imagina y nos ofrece un concierto de voces de aquellos que partieron y las pone en su propia voz, ¿o serán ellos mismos quienes dictan estas oraciones? “No sé si regresé, no sé si quiero, / si después me volví, si no me he ido. / Absurda confesión de lo que ha sido: / un querer regresar cuando no espero. / No sé si no llegué del uno al cero / empezando a contar la misma historia, / empezando de nada, sin más gloria, / sin recordar la noche que me arrasa. / No sé si regresé sola a la casa / o si perdí en el viaje la memoria”.
Y su memoria es casa, tropel de incertidumbres. Así, merodeando constantemente las páginas de este poemario andan, como cómplices, dos ángeles que se agradecen: Miguel Hernández y Georgina Herrera, homenajes que no podían estar de otro modo.
Desde hace más de diez años esta autora ha obtenido diversos reconocimientos por su obra en diferentes regiones y certámenes del país, entre ellos menciones en el 2005 y 2010 de este propio concurso. Igualmente ha publicado una decena de libros y textos suyos han aparecido en otra cantidad similar de antologías dentro y fuera de Cuba. Vuelvo, oportunista, a insistir en la necesidad de que el premio Cucalambé recupere su merecida recompensa en metálico. ¿Necesita argumentos? Caridad González
Sánchez los tiene.
Le invito, pues, a la lectura de este otro mar infinito que es la poesía.
Alejandro
González Bermúdez
Camagüey, mayo de 2017
PALABRAS DEL EMIGRANTE
—Ya, ya volvemos a casa —susurraba. Desde ese tiempo
volver a casa ha sido otro asunto, un fuego desgarrado
que hago arder…
Georgina Herrera
BITÁCORA DE UN VIAJE
Un viaje di y no sé si alguien me quiere de vuelta, si dudan que llegue absuelta actuando de mala fe. Si al partir no regresé. Si me fui, si me despido, si me quedé en el olvido porque me fui sin regreso. Un viaje di y es por eso que fui sin haberme ido.
No sé si regresé, no sé si quiero,
si después me volví, si no me he ido.
Absurda confesión de lo que ha sido:
un querer regresar cuando no espero.
No sé si no llegué del uno al cero
empezando a contar la misma historia,
empezando de nada, sin más gloria,
sin recordar la noche que me arrasa.
No sé si regresé sola a la casa
o si perdí en el viaje la memoria.
Hay barcos que se hacen de papel,
los mares se disgustan, los reprenden, los poetas
los roban y los venden para poder soñar.
¿Bajo qué piel dormitan sus mañanas? ¿Qué
vergel destrozado los llevará al camino que
detestan andar?
¿Será que un trino los hacía tenderse en otras
ansias?
Orillas espumosas sin fragancias, postales que
definen el destino.
Si esos barcos son punto de partida para seguir
bogando en otra nube, entonces ¿por qué
lloran? Nunca tuve los vientos a la espalda.
Consentida, la noche nos silencia su mordida y
es como un tibio escorzo entre la miel.
Hay barcos que se hacen de papel.
Los poetas escapan, se desprenden de sus sueños
y sin pudor los venden.
Hay barcos que se hacen de papel.
P ALABRAS DEL EMIGRANTE I
Mis fotos ya no están en las paredes
ni en los largos pasillos. Ya no están;
y lo aseguro porque en el desván
se deshacen de polvo. (Solo puedes
llamarme a media noche) ¿Tienes redes
para atrapar el sueño simple y roto
que no tiene cabida en lo remoto
ni en las tardes oscuras? Me convenzo
que no sé dónde estoy. A veces pienso
que no es mi rostro aquél que está en la foto,
porque aunque quiera verme no me veo
y dudo de mí misma. Ya no están
mis fotos en la casa.
¿Dónde van,
dónde se esconden, dónde está el deseo
de no exhibirlas como un mal trofeo
que nunca se ganó por la ceguera,
por la absurda oración que se atrinchera
detrás del marco sucio de una foto
de bordes carcomidos. Sueño roto
donde mi rostro siempre queda fuera.
Hay que encontrar
la magia para hacernos
de una brújula fiel, de algún escudo;
blasón de un caracol tibio y desnudo
que más que deambular busca los tiernos
esquifes sin olor. ¿Cuántos inviernos
absurdos nos esperan? ¿Quién pretende
ser una ninfa azul, quizás un duende,
quizás las tristes balsas sin amuras,
sin sueños que ocultar, sin las tonsuras
que anuncian el sufrir.
¿Madre no entiende
que la ciudad se me quedó guardada
en el bolsillo gris de su vestido
junto a la llave donde abrí al olvido
mi nocturna belleza desgastada?
Los galeones se marchan. La jornada
se debía acabar casi a las nueve.
Hay que encontrar la magia que nos mueve
y nos hace anhelar un viento raro.
¿Ella podrá entender mi desamparo?
La noche se termina.
Afuera llueve.
Fanal arriba,
fanal
sin luz azul y apagado.
Fanal arriba, colgado
en un templo de cristal.
Fanal arriba.
Final
que desova en mi camisa.
Luz con olor a ceniza,
luz para salvar los muertos
del naufragio.
¿Sobran puertos?
Extraño la escurridiza
luz del altivo fanal
que no enciende en el costado
del velero, que apagado,
es un templo de cristal.
La noche calla.
Terral
que arrasa la brusca orilla.
Luz apagada en la quilla.
La noche calla.
Tormentos
en las olas y lamentos
del ahogado.
¿Quién se humilla
porque no hay luz en los mares
del naufragio?
¿Sobran puertos
para llevar a los muertos
en parihuelas? Altares.
Fanal arriba. Avatares
de un templo que anuncia paz.
Fanal arriba. Jamás
habrá una noche sin bruma.
Mar sin calma.
No hay espuma.
¿Fanal sin dueño?
¡Quizás!
La ausencia
es como un perder
cada día la memoria.
Es como un sabor sin gloria
que no puedes comprender.
Es como salir y arder
sobre un cuchillo sin fi lo,
Es como pedir asilo
sin deshacer las maletas:
es como empinar cometas
al aire, pero sin hilo.
La ausencia puede ser lo más sencillo, la
sugestión del otro, la mordida dolorosa
del fin y la partida de un sueño sin regreso,
de algún brillo extenuante, de un brazo en
cabestrillo y un asidero azul bajo concurso.
Hay muchas formas de seguir el curso; la
huida es solo una cuestión de espera. Hay
ausencias que saben a madera y el odio
justifica su recurso.
Pequeña isla en un lugar oscuro,
tormentas que deshacen los caminos.
Los grumetes se buscan adivinos
y bolas de cristal. Un dios impuro
los marca con dolor y es un conjuro
lo que reciben como profecía.
Hay una tierra inhóspita, baldía
y un aroma fatal, casi un derroche
de plegarias en flor. Llega la noche
y el grumete se sueña en agonía
y pide que adivinen en su mano
el camino a seguir. La noche incierta
lo hace ser más fiel en la cubierta
al deseo de andar. ¿Todo fue en vano?
El grumete se pierde en el lejano
sendero que lo ataca y martiriza.
Se esconde en la espesura. Ya no hay brisa
ni un barco de papel preconcebido.
El grumete se marcha. No hay olvido
y otra isla lo acoge. Ya no hay prisa.
PALABRAS DEL EMIGRANTE II
El hacha se afila. Filo del hacha cruel. El verdugo, lleva en su
mano un mendrugo rojizo y destroza el hilo que cuelga sobre un
pabilo apagado. Están abiertas las bocas. Palabras muertas del
hacha cruel que no cae. Se afila el hacha. Distrae, al condenado
sin puertas.
Puedo vivir lo vivido sin afán, casi sin nada, si
me siembro la carnada en un espacio de olvido.
Prometo irme, he partido aferrándome a un pedazo
de madero, un solo paso, apenas una ternura a un
límite de locura que me quepa en un abrazo.
Prometo irme, no sé si alguien me quiera de nuevo.
Prometo irme y me llevo a la espalda lo que fue.
Me prometo y yo lo sé: no olvidar lo que he vivido.
Prometo irme, he partido aferrándome a un pedazo
de madero. Un solo paso sin puertas para el olvido.
SUEÑOS
Hay veleros fantasmas por el borde
de las calles mojadas. Comúnmente,
es un sonido que se escucha ardiente
y en loca plenitud. ¿Es un acorde
de rémoras y algas? ¿Un desborde
de clamores antiguos? Cuántas cruces
parecen desafiar todas las luces
que empiezan a emerger por la escalera.
¿Hay algo que soñar, hay primavera,
hay algo que te impida que rehúses?
Hay noches que degustan los placeres
e irrumpen el ritual de la vigilia.
Hay barcos de papel, una familia
y un viento de cuaresma cuando mueres.
¿Existirán acaso anocheceres?
Hay una calle larga, una reyerta,
una ciudad mojada y una alerta
de pecios que desatan sus amarras.
Las luces parpadean. Las guitarras
empiezan a callar. ¿Estoy despierta?
Vuelven las olas,
callan, sueñan vivas.
¿De qué anónimo islote están llegando?
Ardorosas las aguas van regando
los vientres de doncellas y cautivas.
¿Pero forjas sin luz nuevas diatribas
o permaneces fiel a la nobleza?
La noche llora. El viento te regresa
al punto de partida, al mismo punto
donde puedes estar o sola o junto
a los grandes naufragios. Qué tristeza
deben sufrir las olas cuando callan.
¿Quién no se desanima ante un revés?
Vuelven las olas, callan y después
se esconden y deambulan. Sólo estallan
bajo una lluvia gris. No porque hayan
llorado más se adhieren al sufrido
ángel del desamor y del olvido.
¿Tal vez un mundo inmensamente extraño
se deje intimidar por otro engaño
para que el viaje pase inadvertido?
BARCOS DE PAPEL
A LA DERIVA
Lo primero que hiciste fue llorar en la costa…
Me tenderé en la arena para que el mar me entierre.
Recibieron tu cuerpo con la herencia
de otro mar borrascoso…
Miguel Hernández
Una mujer
se mira en el espejo
y pellizca con furia sus mejillas.
En los senos se pone dos hebillas
de atalayas reales. ¿Qué reflejo
arrastra su razón y qué ovillejo
declama sin parar mientras se anuda
al pezón un cadalso? ¿Quién la ayuda,
quién la incita a partir? ¿Cómo se duerme
con ese sueño largo, roto, inerme,
de las esporas mientras se desnuda?
Una mujer descubre entre sus piernas
un hilillo sombrío, sin perfume,
y la mujer lo aparta, no presume
de sensaciones lúdicas y tiernas.
¿Tal vez esconde luz en las eternas
balsas a la deriva? Queda a oscuras
y se depila el pubis. Amarguras
en barcos de papel. No se arrepiente
cuando al llorar se mira, cuando miente
justificando un siglo de locuras.
Crónica de una semana sin viernes
¿En tu isla, Crusoe, no cae nieve,
ni las espigas danzan con el viento?
Hay un suspiro lento, lento, lento
enredado en el mar cuando no llueve.
¿No existe una oración, no existe un leve
aletear de palomas?
¿Quién partió
dejándote su huella.
¿No nevó?
¿No sembraste ni lirios ni gladiolos?
No insistas, por favor.
Estamos solos.
En esta isla solo tú y yo.
Mínimo tiempo,
tiempo de revancha.
Grandes mares bravíos. Luz de luna.
En el cristal la lluvia inoportuna
le confería al sol su triste mancha.
Mínima confusión. Todo se ensancha
si vas a la deriva. Justo al centro
las velas se deshacen. Justo adentro
tiene el vigía acordes de piedad.
Mínima confusión. Yo con maldad
miraba la mujer que llevo dentro.
Sangra la noche. Tiempo de insistir
bajo mi vientre sucio. Luz de luna.
En los mares la lluvia. Sólo alguna
vez quisiera esconderme. ¿Adónde ir
si el estigma al final se va a partir,
quizás por lo más recio e infinito?
¿No hay barcos de papel? Tiempo proscrito
sobre la noche oscura. ¿Quién se duerme?
Mínima confusión. Pequeña. Inerme
miraba el triste mar, su tiempo mito.
Siempre tendrás
los pies en el camino
fluyendo hacia tu sombra y los espejos.
Siempre tendrás varitas y conejos
y un arpón arrendado y un buen vino.
Siempre tendrás un reto y un destino
y una copa vacía o medio llena
de aceitunas en flor, sin hierbabuena,
sin sextantes dorados, sin mordidas.
Hay mujeres que lamen sus heridas
durmiendo su evasión entre la arena.
PALABRAS DEL EMIGRANTE III
¿Nadie sabe de cielos con dos lunas? ¿Nadie sabe de
huir abierta al centro? ¿No saben que es mejor un
desencuentro que volver a empezar? ¿No existen
unas noches para soñar?
Sólo en algunas olas grises el mar se me apagaba
sin poder explicar que sólo ansiaba un sueño sin
final, un sueño justo, sin tanta oscuridad.
Todo por gusto.
El mar era mi vida y se acababa.
Hay días que al pasar, quizás, insisten, en querer
definir todo este miedo como una confesión, como
un enredo formado por el viento
¿No resisten hablar de los demonios que nos visten?
Extraño naufragar.
Yo sólo ansiaba un barco de papel,
pero sangraba por tanta oscuridad.
¿Nunca lo he dicho?
Yo no quería huir.
No fue un capricho
El mar era mi luz que se alejaba.
ABSOLUCIÓN ENTRE LAS AGUAS
Es tarde— grita el espanto
y el tiempo en círculos arde.
Diusmel Machado
Rodea el viento mi isla. Luz y roca en su preñez.
El agua desnuda al pez que, avergonzado, se aísla.
Hay una maga en la isla hechizando mi camino,
y el mar en vuelo asesino burbujea en mi cintura.
No es tarde, sólo es oscura la senda de su destino.
—Es tarde —confiesa el mar y me acuna entre sus
brazos, me va envolviendo en sargazos y en espumas
al bogar. El mar se apura en soñar. En la isla hay
una maga. La noche corre a la saga y el tiempo en
círculos arde.
El mar anuncia— no es tarde, no es tarde— dice
y me embriaga.
Y la playa se estremece porque le duele el fracaso
y la humedad abre paso a la mañana que crece. El
viento suave se mece y el mar sin saber se queja, y
hay perfumes en la reja que nos separa y hay notas
y hay albatros y hay gaviotas y el mar se aleja, se
aleja.
Mar abierto, lejanía de vírgenes caracolas, y el mar
invierte sus olas con orgasmos de agonía. La maga
llega sombría y se desnuda en la arena y el mar se
aquieta, se apena y el espanto lo maldice.
Es tarde —piensa y me dice: —La maga es una
sirena.
Anuncia la madrugada otra nueva tempestad,
rumor de aguas, piedad, refugio de la ensenada.
Hay sombras en la bajada, hacia mi isla de nieve
y hay una pena muy leve naufragando en la bahía.
Mi isla no es fantasía… es que en el mar nunca
llueve.
En lo lejano me abraza lamiendo mis tibios senos y
hay resplandores ajenos desbordándose. Me arrasa
sin compasión, me amordaza y la isla se disgusta.
El viento blande su fusta desovillando un alarde.
El mar me susurra —es tarde, es tarde —dice y se
asusta. Y me arrastra hacia lo hondo y me corona el
pezón. Yo soy carne, soy razón que se diluye hasta
el fondo…y me llama y no respondo, me entrego
a él y me entrego a su poder andariego; a su lujuria
que arde.
El mar me condena. —Es tarde —le digo.
¿Comienza el juego?
Pero vuelve hasta la orilla desgastando sus dobleces.
A mi lado nadan peces y a su placer los humilla.
Y bate la vieja quilla en perpetuo movimiento.
El mar se agota, es más lento su devenir.
¿Y no es tarde?
Soy una mujer cobarde. —Es tarde —digo.
Lo siento.
Y qué importancia
tiene si es de día
y apenas naufragar casi anochece.
A la deriva todo se estremece
bajo la nieve gris del mediodía.
¿Alucinas de nuevo? ¿Melodía
que anida en el perfume de la siega,
en la fuga del sol, en lo que entrega
y reparte el señor de la manada?
Y yo que sueño a veces con la nada
y me defino indócil y andariega.
¿Por qué la luz no asume otro mensaje
y el vicio no desprende su demora?
¿Hay barcos de papel, hay una hora
donde podamos continuar el viaje?
¿Por qué la noche asume otro viraje
y se queda indefensa y solo muerde?
¿Cómo es capaz de confundir el verde
y el azul de los mares? ¿Qué importancia
debe tener el día y su fragancia,
si apenas naufragar ya se nos pierde?
Bajo qué sombra oscura
se desliza
esta sed implacable de bregar.
¿Quién no ha dejado de soñar el mar
y exige perdonar con tanta prisa?
Ya no cabe en mi boca la sonrisa.
Ya no hay estelas sobrias y calmadas,
¿No hay marinos bailando en las arcadas?
¿Bajo qué isla un loco los presiente?
Hay una ausencia gris, hay algo ardiente
bajando por sus piernas. Son manadas
sus alucinaciones. ¿Quién las ronda
y teje un cinturón de castidad?
¿Ya no cabe en mis manos la verdad,
ya no hay nadie que grite y me responda
que la luna no es frágil ni redonda
y que el mar no se enciende con faroles?
No hay nada que decir. Ya no hay crisoles
ni barcos de papel en el alero.
Yo sigo a la deriva. Un aguacero
de lágrimas semeja tristes soles.
ESPACIOS
¿Cómo es perder la memoria después de buscar el punto de
lo ingenioso, el asunto pendiente de la ilusoria oportunidad?
La noria da vueltas a mi costado, me penetra. Sale un dado
rodando por la pendiente. Soy yo quien rueda, impaciente por
excluir lo pasado.
Hay un viento del norte que resiste y pasa el tiempo
y todo es breve y raro. No hay que cambiar
un rumbo sin amparo
en cuestión de segundos. No estés triste.
¿Es que no sabes que el dolor existe o es que no
entiendes
del desasosiego
de un espacio en el mar?
No hay nada en juego y aunque te sobre un dado
y tengas suerte
o no falle el recurso de la muerte,
no trates de insistir.
Apaga el fuego sobre la quilla. Confiesa, que te has
perdido buscando
otra isla, investigando quién eres.
¿Dónde está esa
pulcritud de la corteza que se inclina
a la amargura?
Un sueño desconjetura
esos espacios y
orgullos.
No importa que no sean tuyos.
Me da igual.
Es mi atadura.
Fue en un día
de rumbos desbocados,
de impacientes tormentas y de viento.
Fue en un día con nubes.
Un momento
de fatal osadía.
Los nublados
cielos gemían tan desarbolados
de la luz y el azul, igual que yo.
Fue en un día en que el tiempo se paró
y dejó de latir.
Un torpe giro.
Fue un mal día.
Un soplo y un suspiro
que colgado del aire se perdió.
Qué sueño innecesario
me atormenta.
¿En qué aliento fatal quemé el navío?
Y yo que fui del mar tan sólo el frío
y en esta sed pabilo y osamenta.
¿Qué ígneo resplandor me desalienta
si tengo que esperar un aguacero
hundida en alta mar.
Mi derrotero
es volver a la isla sin escudo.
¿Qué luz en espiral nunca nos pudo
obligar a morir?
¿Y fue certero
el disparo a la luna, fue distinto?
Quizás el cuerdo asume lo del loco
que no sabe de nada o sabe poco
del placer de esconder el vino tinto
en barcos de papel.
Sólo el instinto,
sólo la conmoción por un tatuaje
en un vientre rendido.
¿Qué me traje:
tal vez un sueño absurdo que me asusta,
una alucinación cuando se incrusta
en la etapa final de un largo viaje…
que no quisiera hacer, pero se impone
si hago de la luz simples mañanas,
si busco lo imposible en las ventanas,
si persigo el añil?
¿Quién se propone
seguir el mismo tren cuando estacione
su impronta de dolor, su oscuro manto?
No encuentro en mi matriz nada de espanto,
ni dejo en el bauprés la luz prendida.
Cada noche alucino.
Confundida,
me abrumo en un clamor de sombra y llanto.
Y sonaba
a prestidigitación,
una magia rotunda, persistente,
casi como un pecado consecuente
en el fondo del mar, sin ilusión,
con las entrañas sucias, sin pasión,
casi un espacio muerto en una bola
de manchado cristal, que me acrisola,
tal vez, la oncena ola, la que es mía,
la que me pertenece. Yo quería
romper la luz del alba porque inmola
este cuerpo pequeño, consumido.
¿Cómo voy a evadirme de los cielos,
cómo sé que al ponerme siete velos
puedo romper la luz de tanto olvido?
¿Si sigo el viaje encuentro lo prohibido?
Nadie se enterará. No me sepulta
el mar profundo ni la catapulta
de los barcos anclados. ¿Si quisiera
romper la luz del alba? Si pudiera:
me quedaría sola, triste, oculta.
PARADOJAS DE LA MEMORIA
…esos momentos los fui guardando.
Ahora al cabo de tanto tiempo, tanta ausencia
y tanto no sé ni cuántas cosas
en las noches lo toco todo en la memoria.
Georgina Herrera
MEDITACIONES CERCA DE LA MEDIANOCHE
Memoria soy. Amasijo
de luciérnagas. ¿Y entonces
por dónde iré que mis bronces
no se pulen?
Amasijo.
Relámpago. Un escondrijo
donde guardar mi carnada.
Creo en mi noche pactada
y en mis cuentos.
Una vez.
¿Qué puedo decirle al pez?
¿qué puedo decirle?
Nada
y poco importa. No hay viaje
si no hay mares ni sirenas.
Memoria son las arenas
movedizas.
¿Qué me traje
si yo perdí el equipaje,
el farol y el catalejo?
Soy Alicia y el conejo
asola mi piel.
Me pierde.
¿Qué puedo decirle al verde
de mi barco sin reflejo?
No soy la maga.
No olvido
y aunque no tengo memoria
no lo olvido.
¿Cuánta historia
puedo guardarme en el nido?
Sueño me hicieron, partido
en pedazos.
Hoy es jueves,
mañana se inician leves
lluvias de abril.
No son malas
las lluvias sobre mis alas,
solo les temo a las nieves.
Isla
la nostalgia duele
porque penetra y desgarra.
La mala vida te amarra
con su ultimátum. ¿Quién suele
decir que la ausencia muele
y tritura? ¿Dónde fuiste,
isla, será que estoy triste
y me arde el abandono?
La balsa no es luz ni trono,
ni la evasión un alpiste.
Mi isla no es diferente.
Mi isla no es un venablo
que presiona, ni es el diablo
sobre la mudez de un diente.
Hay ojos sobre la frente
y una mujer que se embriaga
y hay sirenas a la zaga
de algún dios que las corteja.
Hay un pintor sin oreja
y en la isla hay una maga.
ALGUIEN TOCA MIENTRAS LAS HORAS PASAN
Encandilan las luces sobre el piano.
Hay un olor salado en la pared.
Esconde las memorias en mi red,
despierta el humo negro de tu mano.
Encandilan las luces.
Qué lejano
se escucha el vendaval en su justeza.
Encuéntrame en el mar, en la destreza
de aquella melodía sin esporas.
A punto de partir, pasan las horas
y un sonido se marcha y no regresa.
DIÁLOGO DE UNA MUJER FRENTE AL ESPEJO
A mí el espejo no me dice nada, ni contesta mis fútiles preguntas
de señora voraz. ¿No sobran puntas para borrar mi boca en
la soñada quietud? De espejo a espejo, su mirada, mirada de
reptil me desconcierta y es un efluvio gris lo que me alerta y
descompone el antes y el después como si se enredara entre mis
pies el espacio vacío de una puerta.
A mí el espejo no me dice nada,
ni ahora
ni después.
Él nunca pudo
decirme del invierno.
Mi desnudo
no le decía nada,
casi nada
y lo sabía porque su mirada
estaba exenta de cualquier deseo,
y lo sabía porque solo veo
una isla disímil.
¿Despedida
sin sobres ni papel?
¿Placer suicida?
No me gusta la nieve.
No le creo
ni ahora
ni después.
Él nunca pudo
decirme de lo amargo de la almendra,
y no me dice nada porque engendra
otra cruel realidad.
Se queda mudo
y no me dice nada.
Apenas dudo
y mi rostro se esfuma, no aparece
y lo sabía porque el viento mece
mi barco de papel.
¿Pidió permiso?
Ni ahora
ni después.
Él nunca quiso
mirar un rostro que desaparece.
PALABRAS DEL EMIGRANTE IV
No quisiera escribir sobre los días. Un árbol que se quema no
da fuego.
No me extraño, la vida no es un juego. No adivines insulsas
profecías.
Pero si al fin me sobran energías, otros querrán quedarse siempre
fuera.
Un día que se pierde en la certera conjetura del mal es predecible.
Yo pudiera elegir ser lo tangible o simplemente hundirme en la
ceguera.
Puede, quizás, haber mejores días, mejores
ocasiones, otra idea, otra razón del sueño que rodea
la salvaje carencia de alegrías o encontrarme con
nuevas energías flotando alrededor de un punto
leve, con su impronta de luz y risa aleve, con la
imaginación saltando el muro. Yo pudiera elegir
seguir oscuro o morir en la tarde cuando llueve.
Yo pudiera elegir mejores días, mejores ocasiones,
otro vino y pudiera escoger mejor camino y elegir
otros fines, nuevas vías y puede que comiencen
cacerías detrás de mi disparo a quemarropa. Yo
pudiera elegir quien va y me arropa el cuerpo
con efluvios convincentes y pudiera elegir noches
silentes o pudiera escoger alzar la copa y brindar
por la muerte o por la vida.
Yo pudiera elegir, y en un segundo, pudiera
concebir azul el mundo o ponerle un color que no
se mida por moscardones rotos.
La mordida puede que duela por placer mezquino.
Pudiera haber un sueño peregrino, un sueño inútil
con mejores horas y pudiera elegir claras auroras
o pudiera escoger otro destino, mejores ocasiones,
otra idea, otra ánfora hundida y otra piel, un
astrolabio, un barco de papel, otra razón del sueño
que rodea la apetencia salobre, la marea flotando
alrededor de mis encías.
Pudiera haber, tal vez, mejores días,
mejores ocasiones y salvarme.
Yo pudiera elegir y no alarmarme.
¡Yo pudiera escoger mejores días!
L A NOCHE DE LAS IRAS
Llega la noche y se va. Sus linderos amortiguan la
luz en los pasillos. Estatuas de algún tiempo sin
cuchillos. Dinteles sin bemoles y aguaceros.
¿No hay barcos de papel en los aleros?
La soga del suicida balancea el miedo de morir
cuando desea y el miedo de nacer en otra vida.
¿Esperanza de vuelo en estampida y gaviotas que
surcan la marea? La noche viene y va, se desentiende
en la humareda gris de los escombros. Oscuridad
sin fin en nuestros hombros invictos al ganar.
¿Alguien pretende apostarle al dolor?
La soga pende, impone su dominio y sus cadenas,
irrumpe en el torrente de las venas y muestra su
poder. Sus derroteros desdibujan la paz de los veleros.
La noche se encapricha y es apenas un largo viaje
al mar. ¿Quién interroga al suicida que pende del
destino, de un luctuoso dintel, de un solo trino, de
un minuto latente, de una soga? ¿Quién lo llama
a contar, quién lo deroga y le hace añorar otra
sentencia? Confusión de la imagen.
No es la ciencia ni el designio de armarse de un
fracaso: es un descenso a corto y largo plazo
en la etapa final de la demencia.
Pero la noche muerde el lado oscuro y rabioso
del péndulo que danza y el suicida se empina y se
abalanza al espacio inconforme. No hay conjuro.
Solo un salto y se llega hasta el impuro ondular
de la soga.
¿Quién dibuja sobre el hilo trenzado una burbuja
que se rompe en lo débil de una pierna? Confusión
de la imagen.
No es la eterna deslealtad del acto lo que estruja.
¿Y es que la noche pierde sus recetas, su ingenuidad
de diosa, su coraza, su longevo perfil, su nueva casa
y el estímulo audaz de los poetas?
La noche viene y va, culmina metas, aforismos casuales
y despojos. El suicida descorre los cerrojos y entona
cancioncillas sin amparo.
No son lluvias de abril, no es el disparo: es el
mundo que oscila ante sus ojos.
Debe haber una línea divisoria en el punto de fuga
de un cuaderno y debe haber noticias del infierno
crepitando en el humo de la historia; y debe haber
alguna escapatoria bajo la cuerda rústica.
¿Quién lleva paradigmas tribales a la nueva
mortaja que maldice el desencanto?
Posible y sin sentido.
Mientras tanto, la noche se enternece cuando nieva.
Y es que la noche agota su paciencia y lo hiere y lo
marca y lo provoca y es lo que tiene dentro de la
boca y no puede salir.
No es la conciencia, no es la suprema voz de la
existencia ni las ganas de ser de los primeros. ¿Y es
que la noche cambia sus linderos destrenzando los
plagios de la suerte?
El suicida pregunta: ¿Qué es la muerte, quién nos
dice el final de los aleros?
Sólo un salto y se olvidan las razones y el que no
está no está y se agasaja y detiene su aliento en la
ventaja de estar y nunca estar sin ilusiones.
In crescendo.
¿Tal vez no hay oraciones?
Sólo un salto fugaz. Un solo salto y la luz se despeña
en el asfalto dejando de caer en los aleros.
Sólo un salto fugaz. ¡Alcen sombreros! Sólo un salto fugaz.
Un solo salto.
Y otra vez los designios de los dioses imponiendo
la muerte bajo el techo y otra vez las penurias al
acecho, y otra vez y otra vez aquellas voces.
La vida viene y va.
Surcan veloces las grietas herrumbrosas del recinto.
El riesgo de morir no es más distinto que el sueño
que se pierde y no se alcanza, y otra vez y otra vez
la soga danza por el borde fi loso de su instinto.
La noche se despide, se desnuda y las olas se
aquietan.
No hay regreso, no hay un túnel de luz, no hay
retroceso, ni sombras, ni ritual.
Apenas duda, apenas la intención.
La boca muda y un invierno marchito naufragando.
La noche se despide, está llorando.
La noche se convierte en un poema sin tiempo de leer.
La soga quema.
Y en el techo la ira comenzando.