lunes, 4 de enero de 2021

Palabras del emigrante

Palabras
del emigrante

PREMIO
CUCALAMBÉ 2016

Publicado por la Editorial
Sanlope (Las Tunas, 2017)

 

 

Autora:
CARIDAD GONZÁLEZ SÁNCHEZ

 

Caridad González Sánchez (Santa Clara, Villa Clara, 1945) tiene entre sus resultados anteriores el Gran Premio Décima al filo 2005, el Premio del concurso nacional de glosas Canto alrededor del punto 2013 y el Premio Ala Décima en su XI concurso nacional (2011) con su cuaderno Diatriba, después de haber merecido dos lauros accesorios en ese certamen, así como Mención en el Premio Iberoamericano Cucalambé del 2010 con su decimario Adagio para cuerdas. Su primer poemario, Décimas en D Mayor para violín y piano (Santa Clara, Editorial Capiro, 2002), “se presenta como una suite donde se mezclan los sonidos musicales con la duda existencial”, al decir de la investigadora y poetisa Mariana Pérez Pérez, a cuya tertulia La décima es un árbol es Caridad una fiel asistente. De su libro Palabras del emigrante hemos publicado en nuestro sitio los poemas Hay barcos que se hacen de papel y Bitácora de un viaje. En torno a esa obra, también, el comentario Palabras, silencios y aguas que tributan, de Pedro Péglez González.

 

 

 

JURADO

Antonio Gutiérrez Rodríguez
Alejandro González Bermúdez
Luisa Oneida Landín Ramos

 

 

 

 

EQUIPO DE REALIZACIÓN

 

Edición: Argel Fernández Granado
Diseño y composición: Danay Guerra Alcorta, con detalle
                   de la obra de Jesús Enrique Vázquez Toledo
Corrección: Neisy Ávila Parra
Impresión: Andrés Sao Téllez
Encuadernación: Roberto Pupo Acosta
                            Jorge Polanco Martínez

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

Palabras del que vuelve


Por Alejandro González Bermúdez


Supongo que el prólogo a un libro premiado no deba comenzar de este modo. ¿Hay alguna carta de estilo para estos menesteres? ¿Algún modelo o proforma? En cualquier caso, disculpe usted, paciente lector. Lo cierto es que la decisión de otorgar el más importante reconocimiento de la décima en Cuba el pasado año fue bien peliaguda, lo que demuestra —para bien— que la calidad del cultivo del género en la isla se mantiene bien en alto y son muchos los potenciales aspirantes.

Mire si fue discutido el otorgamiento del premio Cucalambé de décima escrita 2016, que pasado un mes de lecturas y análisis, cada miembro del jurado presentó, por coincidencia y merecimientos, los mismos tres poemarios finalistas, pero la propuesta para el lauro mayor, en los tres casos, fue diferente. Comenzaron entonces los intercambios más severos; largos e intensos fueron los debates, tratando de hallar consenso en medio de la diversidad de posiciones estéticas, juicios y preferencias. Argumentos van y respuestas vienen. Argumentos vienen y criterios van. Entonces, ¿quién cede? De ese modo, después de agotadores intercambios, el proyecto Palabras del emigrante, de Caridad González Sánchez (Santa Clara, 1945) alcanzaba, finalmente, el principal galardón.

Palabras del emigrante es un conjunto que se apega a esa corriente actual de autores (generaciones aparte) que insisten a toda costa en sacar la décima de su formato habitual y convertirla, a veces con acierto y hasta con buen tino, a veces a fuerza de acomodos torpes y brutales, —que no es el caso, pero llamo la atención—, en un virtual verso libre que nunca llegará a serlo. La Abuela, como también se le conoce en los círculos literarios, suficientemente diestra en los intríngulis decimísticos, se las arregla para “armar” un cuaderno donde lo primero que resalta, en mi opinión, es la coherencia absoluta del mismo. En sus tres secciones, “Palabras del emigrante”, “Barcos de papel a la deriva” y “Paradojas de la memoria”, el desgarramiento, la angustia familiar por la separación, el temor a la desmemoria, la pérdida, en definitiva, se convierten en denominador común que no por tratado tantas veces, deja de conmovernos. Es la sinceridad. A cualquiera se le marcha un tío. Y con ese que se va, aunque luego vuelva una y otra vez, ya nunca más será lo mismo, queda el vacío, esa soledad, esa ausencia otra. Así nos llega la poesía de Caridad en este volumen cargada de vacíos, de barcos de papel que se reiteran —no por defecto— diecisiete veces a lo largo del libro como una letanía en versos octosilábicos o endecasílabos, en dolor y silencio acompasado, en esperanzas, acaso en desespero sutil e intentos de flotación porque, para mí, los barcos de papel se le deshacen por mucho que procure rescatarlos, rearmarlos y anclárselos en el pecho. Entonces uno tiene que zarpar con ellos. A estas alturas ¿la poesía podrá salvarle? Por eso corre y escribe: “No hay nada que decir. Ya no hay crisoles / ni barcos de papel en el alero. / Yo sigo a la deriva. Un aguacero / de lágrimas semeja tristes soles”.

Desde la remota prehistoria el hombre migró, a veces voluntariamente, a veces obligado por las circunstancias, desplazó su residencia de un sitio a otro. En aquel entonces en busca de climas favorables, mejor alimentación, abundancia de recursos, acercamiento a otras comunidades... Un poco más acá las causas son mucho más dramáticas: guerras, fenómenos naturales, filiaciones políticas, ¡las condiciones económicas! Algunos se trasladaron en sus propios continentes, otros atravesaron los mares y se instalaron en extremos opuestos, cargando, de hecho, con su cultura, su idiosincrasia y sus costumbres, pero abandonando, y con no poco desasosiego, sus raíces. El tema de la emigración nunca ha dejado de ser recurrente en la literatura cubana, sobre todo desde el siglo XIX hasta la fecha y se convierte, para Caridad, en la obsesión que más le demanda.

En forma de aguacero y consonante desvelo, en forma nítida y transparente, esta escritora imagina y nos ofrece un concierto de voces de aquellos que partieron y las pone en su propia voz, ¿o serán ellos mismos quienes dictan estas oraciones? “No sé si regresé, no sé si quiero, / si después me volví, si no me he ido. / Absurda confesión de lo que ha sido: / un querer regresar cuando no espero. / No sé si no llegué del uno al cero / empezando a contar la misma historia, / empezando de nada, sin más gloria, / sin recordar la noche que me arrasa. / No sé si regresé sola a la casa / o si perdí en el viaje la memoria”.

Y su memoria es casa, tropel de incertidumbres. Así, merodeando constantemente las páginas de este poemario andan, como cómplices, dos ángeles que se agradecen: Miguel Hernández y Georgina Herrera, homenajes que no podían estar de otro modo.

Desde hace más de diez años esta autora ha obtenido diversos reconocimientos por su obra en diferentes regiones y certámenes del país, entre ellos menciones en el 2005 y 2010 de este propio concurso. Igualmente ha publicado una decena de libros y textos suyos han aparecido en otra cantidad similar de antologías dentro y fuera de Cuba. Vuelvo, oportunista, a insistir en la necesidad de que el premio Cucalambé recupere su merecida recompensa en metálico. ¿Necesita argumentos? Caridad González

Sánchez los tiene.

Le invito, pues, a la lectura de este otro mar infinito que es la poesía.

 

Alejandro González Bermúdez
Camagüey, mayo de 2017

 

 

 

 

 

 

PALABRAS DEL EMIGRANTE

 

—Ya, ya volvemos a casa —susurraba. Desde ese tiempo
volver a casa ha sido otro asunto, un fuego desgarrado
que hago arder…

Georgina Herrera

 

 

 

 

 

BITÁCORA DE UN VIAJE

 

Un viaje di y no sé si alguien me quiere de vuelta, si dudan que llegue absuelta actuando de mala fe. Si al partir no regresé. Si me fui, si me despido, si me quedé en el olvido porque me fui sin regreso. Un viaje di y es por eso que fui sin haberme ido.

 

No sé si regresé, no sé si quiero,

si después me volví, si no me he ido.

Absurda confesión de lo que ha sido:

un querer regresar cuando no espero.

No sé si no llegué del uno al cero

empezando a contar la misma historia,

empezando de nada, sin más gloria,

sin recordar la noche que me arrasa.

No sé si regresé sola a la casa

o si perdí en el viaje la memoria.

 

 

 

Hay barcos que se hacen de papel,

los mares se disgustan, los reprenden, los poetas

los roban y los venden para poder soñar.

¿Bajo qué piel dormitan sus mañanas? ¿Qué

vergel destrozado los llevará al camino que

detestan andar?

¿Será que un trino los hacía tenderse en otras

ansias?

Orillas espumosas sin fragancias, postales que

definen el destino.

 

Si esos barcos son punto de partida para seguir

bogando en otra nube, entonces ¿por qué

lloran? Nunca tuve los vientos a la espalda.

Consentida, la noche nos silencia su mordida y

es como un tibio escorzo entre la miel.

 

Hay barcos que se hacen de papel.

Los poetas escapan, se desprenden de sus sueños

y sin pudor los venden.

Hay barcos que se hacen de papel.

 

 

 

P ALABRAS DEL EMIGRANTE I

 

Mis fotos ya no están en las paredes

ni en los largos pasillos. Ya no están;

y lo aseguro porque en el desván

se deshacen de polvo. (Solo puedes

llamarme a media noche) ¿Tienes redes

para atrapar el sueño simple y roto

que no tiene cabida en lo remoto

ni en las tardes oscuras? Me convenzo

que no sé dónde estoy. A veces pienso

que no es mi rostro aquél que está en la foto,

porque aunque quiera verme no me veo

y dudo de mí misma. Ya no están

mis fotos en la casa.

¿Dónde van,

dónde se esconden, dónde está el deseo

de no exhibirlas como un mal trofeo

que nunca se ganó por la ceguera,

por la absurda oración que se atrinchera

detrás del marco sucio de una foto

de bordes carcomidos. Sueño roto

donde mi rostro siempre queda fuera.

 

 

 

Hay que encontrar

la magia para hacernos

de una brújula fiel, de algún escudo;

blasón de un caracol tibio y desnudo

que más que deambular busca los tiernos

esquifes sin olor. ¿Cuántos inviernos

absurdos nos esperan? ¿Quién pretende

ser una ninfa azul, quizás un duende,

quizás las tristes balsas sin amuras,

sin sueños que ocultar, sin las tonsuras

que anuncian el sufrir.

¿Madre no entiende

que la ciudad se me quedó guardada

en el bolsillo gris de su vestido

junto a la llave donde abrí al olvido

mi nocturna belleza desgastada?

Los galeones se marchan. La jornada

se debía acabar casi a las nueve.

Hay que encontrar la magia que nos mueve

y nos hace anhelar un viento raro.

¿Ella podrá entender mi desamparo?

La noche se termina.

Afuera llueve.

 

 

 

Fanal arriba,

fanal

sin luz azul y apagado.

Fanal arriba, colgado

en un templo de cristal.

Fanal arriba.

Final

que desova en mi camisa.

Luz con olor a ceniza,

luz para salvar los muertos

del naufragio.

¿Sobran puertos?

Extraño la escurridiza

luz del altivo fanal

que no enciende en el costado

del velero, que apagado,

es un templo de cristal.

La noche calla.

    Terral

que arrasa la brusca orilla.

Luz apagada en la quilla.

La noche calla.

    Tormentos

en las olas y lamentos

del ahogado.

¿Quién se humilla

porque no hay luz en los mares

del naufragio?

¿Sobran puertos

para llevar a los muertos

en parihuelas?         Altares.

Fanal arriba.            Avatares

de un templo que anuncia paz.

 

Fanal arriba.        Jamás

habrá una noche sin bruma.

Mar sin calma.

    No hay espuma.

¿Fanal sin dueño?

¡Quizás!

 

 

 

La ausencia

es como un perder

cada día la memoria.

Es como un sabor sin gloria

que no puedes comprender.

 

Es como salir y arder

sobre un cuchillo sin fi lo,

Es como pedir asilo

sin deshacer las maletas:

es como empinar cometas

al aire, pero sin hilo.

 

La ausencia puede ser lo más sencillo, la

sugestión del otro, la mordida dolorosa

del fin y la partida de un sueño sin regreso,

de algún brillo extenuante, de un brazo en

cabestrillo y un asidero azul bajo concurso.

Hay muchas formas de seguir el curso; la

huida es solo una cuestión de espera. Hay

ausencias que saben a madera y el odio

justifica su recurso.

 

 

 

Pequeña isla en un lugar oscuro,

tormentas que deshacen los caminos.

Los grumetes se buscan adivinos

y bolas de cristal. Un dios impuro

los marca con dolor y es un conjuro

lo que reciben como profecía.

Hay una tierra inhóspita, baldía

y un aroma fatal, casi un derroche

de plegarias en flor. Llega la noche

y el grumete se sueña en agonía

 

y pide que adivinen en su mano

el camino a seguir. La noche incierta

lo hace ser más fiel en la cubierta

al deseo de andar. ¿Todo fue en vano?

El grumete se pierde en el lejano

sendero que lo ataca y martiriza.

Se esconde en la espesura. Ya no hay brisa

ni un barco de papel preconcebido.

El grumete se marcha. No hay olvido

y otra isla lo acoge. Ya no hay prisa.

 

 

 

PALABRAS DEL EMIGRANTE II

 

El hacha se afila. Filo del hacha cruel. El verdugo, lleva en su

mano un mendrugo rojizo y destroza el hilo que cuelga sobre un

pabilo apagado. Están abiertas las bocas. Palabras muertas del

hacha cruel que no cae. Se afila el hacha. Distrae, al condenado

sin puertas.

 

Puedo vivir lo vivido sin afán, casi sin nada, si

me siembro la carnada en un espacio de olvido.

Prometo irme, he partido aferrándome a un pedazo

de madero, un solo paso, apenas una ternura a un

límite de locura que me quepa en un abrazo.

 

Prometo irme, no sé si alguien me quiera de nuevo.

Prometo irme y me llevo a la espalda lo que fue.

Me prometo y yo lo sé: no olvidar lo que he vivido.

 

Prometo irme, he partido aferrándome a un pedazo

de madero. Un solo paso sin puertas para el olvido.

 

 

 

SUEÑOS

 

Hay veleros fantasmas por el borde

de las calles mojadas. Comúnmente,

es un sonido que se escucha ardiente

y en loca plenitud. ¿Es un acorde

de rémoras y algas? ¿Un desborde

de clamores antiguos? Cuántas cruces

parecen desafiar todas las luces

que empiezan a emerger por la escalera.

¿Hay algo que soñar, hay primavera,

hay algo que te impida que rehúses?

 

Hay noches que degustan los placeres

e irrumpen el ritual de la vigilia.

Hay barcos de papel, una familia

y un viento de cuaresma cuando mueres.

¿Existirán acaso anocheceres?

Hay una calle larga, una reyerta,

una ciudad mojada y una alerta

de pecios que desatan sus amarras.

Las luces parpadean. Las guitarras

empiezan a callar.       ¿Estoy despierta?

 

 

 

Vuelven las olas,

callan, sueñan vivas.

¿De qué anónimo islote están llegando?

Ardorosas las aguas van regando

los vientres de doncellas y cautivas.

¿Pero forjas sin luz nuevas diatribas

o permaneces fiel a la nobleza?

La noche llora. El viento te regresa

al punto de partida, al mismo punto

donde puedes estar o sola o junto

a los grandes naufragios. Qué tristeza

deben sufrir las olas cuando callan.

¿Quién no se desanima ante un revés?

Vuelven las olas, callan y después

se esconden y deambulan. Sólo estallan

bajo una lluvia gris. No porque hayan

llorado más se adhieren al sufrido

ángel del desamor y del olvido.

¿Tal vez un mundo inmensamente extraño

se deje intimidar por otro engaño

para que el viaje pase inadvertido?

 

 

 

 

 

BARCOS DE PAPEL
A LA DERIVA

 

 

Lo primero que hiciste fue llorar en la costa…
Me tenderé en la arena para que el mar me entierre.
Recibieron tu cuerpo con la herencia
de otro mar borrascoso…

Miguel Hernández

 

 

 

 

 

Una mujer

se mira en el espejo

y pellizca con furia sus mejillas.

En los senos se pone dos hebillas

de atalayas reales. ¿Qué reflejo

arrastra su razón y qué ovillejo

declama sin parar mientras se anuda

al pezón un cadalso? ¿Quién la ayuda,

quién la incita a partir? ¿Cómo se duerme

con ese sueño largo, roto, inerme,

de las esporas mientras se desnuda?

 

Una mujer descubre entre sus piernas

un hilillo sombrío, sin perfume,

y la mujer lo aparta, no presume

de sensaciones lúdicas y tiernas.

¿Tal vez esconde luz en las eternas

balsas a la deriva? Queda a oscuras

y se depila el pubis. Amarguras

en barcos de papel. No se arrepiente

cuando al llorar se mira, cuando miente

justificando un siglo de locuras.

 

 

 

Crónica de una semana sin viernes

¿En tu isla, Crusoe, no cae nieve,

ni las espigas danzan con el viento?

Hay un suspiro lento, lento, lento

enredado en el mar cuando no llueve.

 

¿No existe una oración, no existe un leve

aletear de palomas?

¿Quién partió

dejándote su huella.

¿No nevó?

¿No sembraste ni lirios ni gladiolos?

 

No insistas, por favor.

Estamos solos.

En esta isla solo tú y yo.

 

 

 

Mínimo tiempo,

       tiempo de revancha.

Grandes mares bravíos. Luz de luna.

En el cristal la lluvia inoportuna

le confería al sol su triste mancha.

Mínima confusión. Todo se ensancha

si vas a la deriva. Justo al centro

las velas se deshacen. Justo adentro

tiene el vigía acordes de piedad.

Mínima confusión. Yo con maldad

miraba la mujer que llevo dentro.

Sangra la noche. Tiempo de insistir

bajo mi vientre sucio. Luz de luna.

En los mares la lluvia. Sólo alguna

vez quisiera esconderme. ¿Adónde ir

si el estigma al final se va a partir,

quizás por lo más recio e infinito?

¿No hay barcos de papel? Tiempo proscrito

sobre la noche oscura. ¿Quién se duerme?

Mínima confusión. Pequeña. Inerme

miraba el triste mar, su tiempo mito.

 

 

 

Siempre tendrás

los pies en el camino

fluyendo hacia tu sombra y los espejos.

Siempre tendrás varitas y conejos

y un arpón arrendado y un buen vino.

 

Siempre tendrás un reto y un destino

y una copa vacía o medio llena

de aceitunas en flor, sin hierbabuena,

sin sextantes dorados, sin mordidas.

 

Hay mujeres que lamen sus heridas

durmiendo su evasión entre la arena.

 

 

 

PALABRAS DEL EMIGRANTE III

 

¿Nadie sabe de cielos con dos lunas? ¿Nadie sabe de

huir abierta al centro? ¿No saben que es mejor un

desencuentro que volver a empezar? ¿No existen

unas noches para soñar?

Sólo en algunas olas grises el mar se me apagaba

sin poder explicar que sólo ansiaba un sueño sin

final, un sueño justo, sin tanta oscuridad.

Todo por gusto.

El mar era mi vida y se acababa.

Hay días que al pasar, quizás, insisten, en querer

definir todo este miedo como una confesión, como

un enredo formado por el viento

¿No resisten hablar de los demonios que nos visten?

Extraño naufragar.

Yo sólo ansiaba un barco de papel,

pero sangraba por tanta oscuridad.

¿Nunca lo he dicho?

Yo no quería huir.

No fue un capricho

El mar era mi luz que se alejaba.

 

 

 

ABSOLUCIÓN ENTRE LAS AGUAS

 

Es tarde— grita el espanto
y el tiempo en círculos arde.

Diusmel Machado

 

Rodea el viento mi isla. Luz y roca en su preñez.

El agua desnuda al pez que, avergonzado, se aísla.

Hay una maga en la isla hechizando mi camino,

y el mar en vuelo asesino burbujea en mi cintura.

No es tarde, sólo es oscura la senda de su destino.

—Es tarde —confiesa el mar y me acuna entre sus

brazos, me va envolviendo en sargazos y en espumas

al bogar. El mar se apura en soñar. En la isla hay

una maga. La noche corre a la saga y el tiempo en

círculos arde.

El mar anuncia— no es tarde, no es tarde— dice

y me embriaga.

Y la playa se estremece porque le duele el fracaso

y la humedad abre paso a la mañana que crece. El

viento suave se mece y el mar sin saber se queja, y

hay perfumes en la reja que nos separa y hay notas

y hay albatros y hay gaviotas y el mar se aleja, se

aleja.

Mar abierto, lejanía de vírgenes caracolas, y el mar

invierte sus olas con orgasmos de agonía. La maga

llega sombría y se desnuda en la arena y el mar se

aquieta, se apena y el espanto lo maldice.

Es tarde —piensa y me dice: —La maga es una

sirena.

Anuncia la madrugada otra nueva tempestad,

rumor de aguas, piedad, refugio de la ensenada.

Hay sombras en la bajada, hacia mi isla de nieve

y hay una pena muy leve naufragando en la bahía.

Mi isla no es fantasía… es que en el mar nunca

llueve.

En lo lejano me abraza lamiendo mis tibios senos y

hay resplandores ajenos desbordándose. Me arrasa

sin compasión, me amordaza y la isla se disgusta.

El viento blande su fusta desovillando un alarde.

El mar me susurra —es tarde, es tarde —dice y se

asusta. Y me arrastra hacia lo hondo y me corona el

pezón. Yo soy carne, soy razón que se diluye hasta

el fondo…y me llama y no respondo, me entrego

a él y me entrego a su poder andariego; a su lujuria

que arde.

El mar me condena. —Es tarde —le digo.

¿Comienza el juego?

Pero vuelve hasta la orilla desgastando sus dobleces.

A mi lado nadan peces y a su placer los humilla.

Y bate la vieja quilla en perpetuo movimiento.

El mar se agota, es más lento su devenir.

¿Y no es tarde?

Soy una mujer cobarde. —Es tarde —digo.

Lo siento.

 

 

 

Y qué importancia

tiene si es de día

y apenas naufragar casi anochece.

A la deriva todo se estremece

bajo la nieve gris del mediodía.

¿Alucinas de nuevo? ¿Melodía

que anida en el perfume de la siega,

en la fuga del sol, en lo que entrega

y reparte el señor de la manada?

Y yo que sueño a veces con la nada

y me defino indócil y andariega.

¿Por qué la luz no asume otro mensaje

y el vicio no desprende su demora?

¿Hay barcos de papel, hay una hora

donde podamos continuar el viaje?

¿Por qué la noche asume otro viraje

y se queda indefensa y solo muerde?

¿Cómo es capaz de confundir el verde

y el azul de los mares? ¿Qué importancia

debe tener el día y su fragancia,

si apenas naufragar ya se nos pierde?

 

 

 

Bajo qué sombra oscura

se desliza

esta sed implacable de bregar.

¿Quién no ha dejado de soñar el mar

y exige perdonar con tanta prisa?

Ya no cabe en mi boca la sonrisa.

Ya no hay estelas sobrias y calmadas,

¿No hay marinos bailando en las arcadas?

¿Bajo qué isla un loco los presiente?

Hay una ausencia gris, hay algo ardiente

bajando por sus piernas. Son manadas

sus alucinaciones. ¿Quién las ronda

y teje un cinturón de castidad?

¿Ya no cabe en mis manos la verdad,

ya no hay nadie que grite y me responda

que la luna no es frágil ni redonda

y que el mar no se enciende con faroles?

No hay nada que decir. Ya no hay crisoles

ni barcos de papel en el alero.

Yo sigo a la deriva. Un aguacero

de lágrimas semeja tristes soles.

 

 

 

ESPACIOS

 

¿Cómo es perder la memoria después de buscar el punto de

lo ingenioso, el asunto pendiente de la ilusoria oportunidad?

La noria da vueltas a mi costado, me penetra. Sale un dado

rodando por la pendiente. Soy yo quien rueda, impaciente por

excluir lo pasado.

 

Hay un viento del norte que resiste y pasa el tiempo

y todo es breve y raro. No hay que cambiar

un rumbo sin amparo

en cuestión de segundos. No estés triste.

 

¿Es que no sabes que el dolor existe o es que no

entiendes

del desasosiego

de un espacio en el mar?

No hay nada en juego y aunque te sobre un dado

y tengas suerte

o no falle el recurso de la muerte,

no trates de insistir.

Apaga el fuego sobre la quilla. Confiesa, que te has

perdido buscando

otra isla, investigando quién eres.

¿Dónde está esa

pulcritud de la corteza que se inclina

a la amargura?

Un sueño desconjetura

esos espacios y

orgullos.

No importa que no sean tuyos.

Me da igual.

 

Es mi atadura.

 

 

 

Fue en un día

de rumbos desbocados,

de impacientes tormentas y de viento.

Fue en un día con nubes.

Un momento

de fatal osadía.

 

    Los nublados

cielos gemían tan desarbolados

de la luz y el azul, igual que yo.

 

Fue en un día en que el tiempo se paró

y dejó de latir.

Un torpe giro.

Fue un mal día.

Un soplo y un suspiro

que colgado del aire se perdió.

 

 

 

Qué sueño innecesario

me atormenta.

¿En qué aliento fatal quemé el navío?

Y yo que fui del mar tan sólo el frío

y en esta sed pabilo y osamenta.

¿Qué ígneo resplandor me desalienta

si tengo que esperar un aguacero

hundida en alta mar.

Mi derrotero

es volver a la isla sin escudo.

¿Qué luz en espiral nunca nos pudo

obligar a morir?

¿Y fue certero

el disparo a la luna, fue distinto?

Quizás el cuerdo asume lo del loco

que no sabe de nada o sabe poco

del placer de esconder el vino tinto

en barcos de papel.

Sólo el instinto,

sólo la conmoción por un tatuaje

en un vientre rendido.

¿Qué me traje:

tal vez un sueño absurdo que me asusta,

una alucinación cuando se incrusta

en la etapa final de un largo viaje…

que no quisiera hacer, pero se impone

si hago de la luz simples mañanas,

si busco lo imposible en las ventanas,

si persigo el añil?

¿Quién se propone

seguir el mismo tren cuando estacione

su impronta de dolor, su oscuro manto?

 

No encuentro en mi matriz nada de espanto,

ni dejo en el bauprés la luz prendida.

Cada noche alucino.

Confundida,

me abrumo en un clamor de sombra y llanto.

 

 

 

Y sonaba

a prestidigitación,

una magia rotunda, persistente,

casi como un pecado consecuente

en el fondo del mar, sin ilusión,

con las entrañas sucias, sin pasión,

casi un espacio muerto en una bola

de manchado cristal, que me acrisola,

tal vez, la oncena ola, la que es mía,

la que me pertenece. Yo quería

romper la luz del alba porque inmola

este cuerpo pequeño, consumido.

¿Cómo voy a evadirme de los cielos,

cómo sé que al ponerme siete velos

puedo romper la luz de tanto olvido?

¿Si sigo el viaje encuentro lo prohibido?

Nadie se enterará. No me sepulta

el mar profundo ni la catapulta

de los barcos anclados. ¿Si quisiera

romper la luz del alba? Si pudiera:

me quedaría sola, triste, oculta.

 

 

 

 

 

PARADOJAS DE LA MEMORIA

 

 

…esos momentos los fui guardando.
Ahora al cabo de tanto tiempo, tanta ausencia
y tanto no sé ni cuántas cosas
en las noches lo toco todo en la memoria.

Georgina Herrera

 

 

 

 

MEDITACIONES CERCA DE LA MEDIANOCHE

 

Memoria soy. Amasijo

de luciérnagas. ¿Y entonces

por dónde iré que mis bronces

no se pulen?

Amasijo.

Relámpago. Un escondrijo

donde guardar mi carnada.

Creo en mi noche pactada

y en mis cuentos.

Una vez.

¿Qué puedo decirle al pez?

¿qué puedo decirle?

Nada

 

y poco importa. No hay viaje

si no hay mares ni sirenas.

Memoria son las arenas

movedizas.

¿Qué me traje

si yo perdí el equipaje,

el farol y el catalejo?

Soy Alicia y el conejo

asola mi piel.

Me pierde.

¿Qué puedo decirle al verde

de mi barco sin reflejo?

No soy la maga.

No olvido

y aunque no tengo memoria

no lo olvido.

¿Cuánta historia

puedo guardarme en el nido?

Sueño me hicieron, partido

en pedazos.

Hoy es jueves,

mañana se inician leves

lluvias de abril.

No son malas

las lluvias sobre mis alas,

solo les temo a las nieves.

 

 

 

Isla

la nostalgia duele

porque penetra y desgarra.

La mala vida te amarra

con su ultimátum. ¿Quién suele

decir que la ausencia muele

y tritura? ¿Dónde fuiste,

isla, será que estoy triste

y me arde el abandono?

La balsa no es luz ni trono,

ni la evasión un alpiste.

 

Mi isla no es diferente.

Mi isla no es un venablo

que presiona, ni es el diablo

sobre la mudez de un diente.

Hay ojos sobre la frente

y una mujer que se embriaga

y hay sirenas a la zaga

de algún dios que las corteja.

Hay un pintor sin oreja

y en la isla hay una maga.

 

 

 

ALGUIEN TOCA MIENTRAS LAS HORAS PASAN

 

Encandilan las luces sobre el piano.

Hay un olor salado en la pared.

Esconde las memorias en mi red,

despierta el humo negro de tu mano.

 

Encandilan las luces.

Qué lejano

se escucha el vendaval en su justeza.

 

Encuéntrame en el mar, en la destreza

de aquella melodía sin esporas.

 

A punto de partir, pasan las horas

y un sonido se marcha y no regresa.

 

 

 

DIÁLOGO DE UNA MUJER FRENTE AL ESPEJO

 

A mí el espejo no me dice nada, ni contesta mis fútiles preguntas

de señora voraz. ¿No sobran puntas para borrar mi boca en

la soñada quietud? De espejo a espejo, su mirada, mirada de

reptil me desconcierta y es un efluvio gris lo que me alerta y

descompone el antes y el después como si se enredara entre mis

pies el espacio vacío de una puerta.

 

A mí el espejo no me dice nada,

ni ahora

ni después.

Él nunca pudo

decirme del invierno.

Mi desnudo

no le decía nada,

casi nada

y lo sabía porque su mirada

estaba exenta de cualquier deseo,

y lo sabía porque solo veo

una isla disímil.

¿Despedida

sin sobres ni papel?

¿Placer suicida?

No me gusta la nieve.

No le creo

ni ahora

ni después.

Él nunca pudo

decirme de lo amargo de la almendra,

y no me dice nada porque engendra

otra cruel realidad.

Se queda mudo

y no me dice nada.

Apenas dudo

y mi rostro se esfuma, no aparece

y lo sabía porque el viento mece

mi barco de papel.

¿Pidió permiso?

Ni ahora

ni después.

Él nunca quiso

mirar un rostro que desaparece.

 

 

 

PALABRAS DEL EMIGRANTE IV

 

No quisiera escribir sobre los días. Un árbol que se quema no

da fuego.

No me extraño, la vida no es un juego. No adivines insulsas

profecías.

Pero si al fin me sobran energías, otros querrán quedarse siempre

fuera.

Un día que se pierde en la certera conjetura del mal es predecible.

Yo pudiera elegir ser lo tangible o simplemente hundirme en la

ceguera.

 

Puede, quizás, haber mejores días, mejores

ocasiones, otra idea, otra razón del sueño que rodea

la salvaje carencia de alegrías o encontrarme con

nuevas energías flotando alrededor de un punto

leve, con su impronta de luz y risa aleve, con la

imaginación saltando el muro. Yo pudiera elegir

seguir oscuro o morir en la tarde cuando llueve.

Yo pudiera elegir mejores días, mejores ocasiones,

otro vino y pudiera escoger mejor camino y elegir

otros fines, nuevas vías y puede que comiencen

cacerías detrás de mi disparo a quemarropa. Yo

pudiera elegir quien va y me arropa el cuerpo

con efluvios convincentes y pudiera elegir noches

silentes o pudiera escoger alzar la copa y brindar

por la muerte o por la vida.

Yo pudiera elegir, y en un segundo, pudiera

concebir azul el mundo o ponerle un color que no

se mida por moscardones rotos.

La mordida puede que duela por placer mezquino.

Pudiera haber un sueño peregrino, un sueño inútil

con mejores horas y pudiera elegir claras auroras

o pudiera escoger otro destino, mejores ocasiones,

otra idea, otra ánfora hundida y otra piel, un

astrolabio, un barco de papel, otra razón del sueño

que rodea la apetencia salobre, la marea flotando

alrededor de mis encías.

Pudiera haber, tal vez, mejores días,

mejores ocasiones y salvarme.

Yo pudiera elegir y no alarmarme.

¡Yo pudiera escoger mejores días!

 

 

 

L A NOCHE DE LAS IRAS

 

Llega la noche y se va. Sus linderos amortiguan la

luz en los pasillos. Estatuas de algún tiempo sin

cuchillos. Dinteles sin bemoles y aguaceros.

¿No hay barcos de papel en los aleros?

La soga del suicida balancea el miedo de morir

cuando desea y el miedo de nacer en otra vida.

¿Esperanza de vuelo en estampida y gaviotas que

surcan la marea? La noche viene y va, se desentiende

en la humareda gris de los escombros. Oscuridad

sin fin en nuestros hombros invictos al ganar.

¿Alguien pretende apostarle al dolor?

La soga pende, impone su dominio y sus cadenas,

irrumpe en el torrente de las venas y muestra su

poder. Sus derroteros desdibujan la paz de los veleros.

La noche se encapricha y es apenas un largo viaje

al mar. ¿Quién interroga al suicida que pende del

destino, de un luctuoso dintel, de un solo trino, de

un minuto latente, de una soga? ¿Quién lo llama

a contar, quién lo deroga y le hace añorar otra

sentencia? Confusión de la imagen.

No es la ciencia ni el designio de armarse de un

fracaso: es un descenso a corto y largo plazo

en la etapa final de la demencia.

Pero la noche muerde el lado oscuro y rabioso

del péndulo que danza y el suicida se empina y se

abalanza al espacio inconforme. No hay conjuro.

Solo un salto y se llega hasta el impuro ondular

de la soga.

¿Quién dibuja sobre el hilo trenzado una burbuja

que se rompe en lo débil de una pierna? Confusión

de la imagen.

No es la eterna deslealtad del acto lo que estruja.

¿Y es que la noche pierde sus recetas, su ingenuidad

de diosa, su coraza, su longevo perfil, su nueva casa

y el estímulo audaz de los poetas?

La noche viene y va, culmina metas, aforismos casuales

y despojos. El suicida descorre los cerrojos y entona

cancioncillas sin amparo.

No son lluvias de abril, no es el disparo: es el

mundo que oscila ante sus ojos.

Debe haber una línea divisoria en el punto de fuga

de un cuaderno y debe haber noticias del infierno

crepitando en el humo de la historia; y debe haber

alguna escapatoria bajo la cuerda rústica.

¿Quién lleva paradigmas tribales a la nueva

mortaja que maldice el desencanto?

Posible y sin sentido.

 

Mientras tanto, la noche se enternece cuando nieva.

 

Y es que la noche agota su paciencia y lo hiere y lo

marca y lo provoca y es lo que tiene dentro de la

boca y no puede salir.

No es la conciencia, no es la suprema voz de la

existencia ni las ganas de ser de los primeros. ¿Y es

que la noche cambia sus linderos destrenzando los

plagios de la suerte?

El suicida pregunta: ¿Qué es la muerte, quién nos

dice el final de los aleros?

 

Sólo un salto y se olvidan las razones y el que no

está no está y se agasaja y detiene su aliento en la

ventaja de estar y nunca estar sin ilusiones.

In crescendo.

¿Tal vez no hay oraciones?

Sólo un salto fugaz. Un solo salto y la luz se despeña

en el asfalto dejando de caer en los aleros.

Sólo un salto fugaz. ¡Alcen sombreros! Sólo un salto fugaz.

Un solo salto.

Y otra vez los designios de los dioses imponiendo

la muerte bajo el techo y otra vez las penurias al

acecho, y otra vez y otra vez aquellas voces.

La vida viene y va.

Surcan veloces las grietas herrumbrosas del recinto.

 

El riesgo de morir no es más distinto que el sueño

que se pierde y no se alcanza, y otra vez y otra vez

la soga danza por el borde fi loso de su instinto.

La noche se despide, se desnuda y las olas se

aquietan.

 

No hay regreso, no hay un túnel de luz, no hay

retroceso, ni sombras, ni ritual.

Apenas duda, apenas la intención.

La boca muda y un invierno marchito naufragando.

 

La noche se despide, está llorando.

La noche se convierte en un poema sin tiempo de leer.

La soga quema.

Y en el techo la ira comenzando.

 

 

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